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Atrapado en el tiempo, no es mal inicio

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John Bailey, Foto: ®ALBERTO ORTEGA. Cortesía de la Academia de Cine de España
John Bailey, Foto: ®ALBERTO ORTEGA. Cortesía de la Academia de Cine de España

Hace algunos años, en un viaje a Los Angeles, tuve la ocasión de conocer a John Bailey; ese señor, de nombre desconocido para muchos, es el director de fotografía de películas tan conocidas como Atrapado en el tiempo , Mejor… imposible, En la línea de fuego o Gente corriente. Lo conocí en una jornada de puertas abiertas en la sede de los directores de fotografía, una coqueta mansión donde estaba lo más granado de la profesión. Yo, entonces, después de que un amigo común nos presentara, le conté que iba a rodar una película llamada Hawaii y le dije que era un fan incondicional suyo; John sonrió y me deseó suerte.

Hace quince días, Juan Carlos Cuello, el músico de mis últimas películas, viajó a Bucarest para acabar las mezclas de Hawaii, esa película para la que John Bailey me deseó suerte. En un descanso de las mezclas, me comentó que la Academia de Cine de Hollywood y la española iban a “hermanarse” en un evento en el Casino de Madrid y me invitó a asistir como su acompañante. Yo, académico muy reciente, no estaba muy al tanto de estos eventos y acepté encantado.

Hacía mucho que no me ponía traje y corbata y estaba contento de que el pantalón cerrara. Había dudado, pero la invitación no dejaba opción a la imaginación: traje oscuro para los caballeros. Nunca había estado en el Casino de Madrid y me sorprendió el lujo de las salas y, sobre todo, la cantidad de prensa acreditada. No era para menos: decenas de periodistas y fotógrafos esperaban pacientemente a las estrellas de nuestra industria y a los miembros de la directiva de la Academia de Hollywood. Los no tan famosos simplemente caminamos a la siguiente sala por la parte de atrás, como si en un videojuego nos hubiera tocado un comodín para pasar de pantalla de una manera rápida. A otros, como Miguel Ángel Muñoz, Paz Vega o Rossy de Palma, les costó acceder mucho más; tuvieron que responder a decenas de preguntas y posar para multitud de fotógrafos; la fama cuesta, que diría Lydia la profesora de baile de „Fama”.

Cuando Yvonne Blake, nuestra oscarizada presidenta de la Academia, presentó en su perfecto inglés (nació en Manchester) a su homólogo en la Academia de Hollywood, vi a John Bailey. No sabía que acababa de ser nombrado presidente y me acordé de los tres o cuatro minutos que conversé con él hacía unos años. John Bailey empezó el discurso en español como guiño a los allí congregados; nos habló de su visita al museo del Prado y de lo mucho que le gustaba España. Después, ya en inglés, nos hizo ver que la genialidad y el talento no están reñidos con la educación y la humildad. Un grande de Hollywood nos hizo sentir muy cerca de la academia americana, habló con respeto y admiración del cine español, nos hizo ver que no todo es tan malo y que hay motivos -y muchos- para estar orgullosos y todos (o por lo menos así lo sentí yo) nos sentimos después del discurso con muchas más ganas de seguir haciendo lo que más nos gusta: películas.

Después llegaron los canapés, los corrillos y la oportunidad de acercarme a John Bailey y contarle en una aturullada conversación, presa de mis nervios, cómo lo había conocido hacía unos años. Él, amable, dejó que me explicara y muy tranquilo -yo muy nervioso- conversamos unos minutos. Le comenté que me había deseado suerte para una película y con un interés (que me pareció muy real) me preguntó por ella, le expliqué que la iba a estrenar en un mes y me pidió más detalles; ahí aproveché para enseñarle el póster en el teléfono, me hizo un gesto para que esperase y, de un modo muy parsimonioso, se sacó unas gafas y dedicó unos segundos a analizarlo; después le conté en un minuto de qué iba la película, él sacó una tarjeta en cuyo reverso aparecía su nombre y puesto; en el anverso lucía el logotipo de la Academia con una figura de un Oscar brillando más que el sol. Me pidió que le mandara el trailer, que tenía curiosidad por saber más de esa película llamada Hawaii que se desarrolla en la muy comunista Rumanía de Ceausescu. Después de una foto nos despedimos, miré la tarjeta y vi otra vez el logotipo con el Oscar; esa imagen es el icono por excelencia del mundo del cine; pero el cine de verdad es lo que recordamos, las películas memorables como las que él hizo, como Atrapado en el tiempo o Mejor… imposible y creo que ese es nuestro principal objetivo, que a la gente le gusten nuestras películas, que sueñen, que viajen con ellas. Dentro de un mes el público podrá ver Hawaii y decidirá si esa película merece ser recordada o no; mientras tanto yo le mandaré el trailer al presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas americana, uno de los responsables de que Bill Murray (y muchos de nosotros) se quedara atrapado en el tiempo. No es mal inicio.

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