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De elecciones o el triste destino de la anormalidad política en Rumania

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De elecciones o el triste destino de la anormalidad política en Rumania

​Hace pocas semanas Rumania celebró sus últimas elecciones legislativas y, según preveían las encuestas, el Partido Socialdemócrata (PSD) arrasó, quedándose a 12 escaños de la mayoría absoluta. Ante sus promesas de subidas generalizadas de salarios y pensiones, poco importó a los electores que menos de un año antes, el Primer Ministro socialista, Victor Ponta, hubiese dimitido por las irregularidades destapadas tras el incendio del Club Colectiv, en el que murieron 60 personas, y por la presión debida a los numerosos escándalos de corrupción que salpican a ministros y diputados de su partido. Los socialistas vencieron claramente, seguidos a mucha distancia de los liberales, la nueva Unión Salvar Rumanía (USR) y los partidos de las minorías étnicas, encabezados por la agrupación que representa a los húngaros de Rumania, cuenta Carlos Basté en su blog Bucarestinos.

Pronto llegaron a un acuerdo para formar gobierno los socialistas y uno de los partidos liberales, ALDE, encabezado por el ex primer ministro, Calin Popescu Tariceanu, sin embargo, según se supo durante toda la campaña electoral, el cabeza de lista socialista, Liviu Dragnea, no podía optar al cargo de primer ministro debido a su condena por fraude electoral en el pasado referéndum revocatorio contra el anterior presidente, Traian Basescu. Dragnea había sido condenado a dos años de cárcel por diseñar un sistema para facilitar el voto múltiple, el turismo electoral que permite votar en más de una mesa a la misma persona o la falsificación de firmas, entre otras lindezas.

En estas circunstancias, el PSD decidió presentar a otro candidato, sorprendiendo a propios y extraños, al escoger a Sevil Shhaideh – imagen, encabezando esta entrada -, primera mujer candidata al puesto, economista, musulmana y exministra de Desarrollo Regional y Administraciones Públicas.

La elección de Shhaideh, además de asombrosa, hubiese hecho historia en Rumania pero también en la Unión Europea, al convertirse en la primera musulmana en ostentar el cargo de Primer Ministro en un país de la Unión, sin embargo, el Presidente Klaus Iohannis, que debía ratificar el nombramiento de Shhaideh, decidió rechazarla como candidata, en un gesto sin precedentes para el que no dio explicaciones.

Aunque los motivos de Iohannis permanecen en la sombra, varias son las circunstancias que pueden haber influido en su inusual decisión. En primer lugar, tras la nominación de Shhaideh, Liviu Dragnea tuvo la desfachatez de declarar públicamente que, aunque ella fuese Primera Ministra, quien gobernaría sería él, dejando constancia de que la candidata vendría a ser poco más que un pelele en manos de la nomenklatura del PSD. Por otro lado, durante 20 años, Shhaideh trabajó en el Consejo Regional de Constanta, al frente del cual estuvo uno de sus mentores, Nicusor Constantinescu, barón local del PSD recientemente condenado a 15 años de cárcel por malversación de fondos públicos.

Constantinescu, junto a Dragnea, fueron los padrinos de la boda de Shhaideh – si es que puede decir así, en una boda sin padrinos según la tradición musulmana – con el ciudadano sirio Akram Shhaideh, agrónomo que realizó su doctorado en Bucarest y que no esconde sus simpatías por el régimen de Bashar al-Assad. Posiblemente, la afinidad de Akram con el dictador sirio no habrá sido del gusto de Iohannis, aunque dudo que el rechazo a su esposa esté motivado por ser musulmana, ya que él mismo fue acusado por sus oponentes políticos, e incluso por la mismísima jerarquía eclesiástica del país, de no ser rumano por no profesar la ortodoxia o incluso por no tener hijos.

Sea como fuere, es la primera vez que un Presidente rumano rechaza a un candidato a Primer Ministro, situándose al límite de sus atribuciones constitucionales, y no es aceptable que se niegue a dar explicaciones.

Ante esta situación, socialistas y liberales de ALDE ya han insinuado que pueden poner en marcha el procedimiento de destitución del Presidente Iohannis, que debería ser ratificado después en referéndum. Cabe recordar, sin embargo, que los socialistas ya intentaron un mecanismo semejante con Basescu en 2007 y 2012 y, en ambos casos, los resultados de los referéndums fueron contrarios a sus intereses, por lo que no pudieron culminar la destitución.

Las próximas semanas prometen ser interesantes desde un punto de vista político aunque, desgraciadamente, será el pueblo rumano quien siga pagando estas batallitas con una nefasta parálisis gubernativa y económica que seguirá lastrando el desarrollo del país.

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