El abuelo espía
Durante más de la mitad de su vida, Cora Motoc se preguntó cómo su querido abuelo sobrevivió a la era comunista. En 2007, la mujer atisbó la realidad cuando leyó el legajo de su ascendiente en los archivos de la policía secreta. Descubrió, entre otras cosas, que hasta su peluquero lo espiaba.
Mientras revisaba la documentación de 214 páginas que la policía secreta tenía sobre el maestro de escuela y director teatral aficionado Dumitru Motoc, la joven descubrió que el espionaje había infiltrado cada detalle de su vida.
Estaban los actores resentidos de no conseguir un papel en una de sus producciones. Los jubilados aficionados al ajedrez reunidos en un club social cuyas conversaciones eran escuchadas por la policía secreta. El peluquero anotaba sus impresiones sobre Motoc después de afeitarlo.
Más difícil de digerir fue enterarse de que el mismo Motoc había sido informador, uno de las muchas personas de la red de posiblemente millones de espías que vigilaban a una población de 23 millones de personas hasta que el comunismo se desplomó en 1989. „Me dejó un sabor amargo que él tuviera que hacerlo”, dijo. „Lo consideraba una persona de moralidad y principios. Siempre discutía por principios”.
El hallazgo cambió su visión del mundo. Cora Motoc, activista por reformas democráticas que maduró después de la caída del comunismo, había sentido desdén por los informadores de esa era. Pero la noticia de que el abuelo que idolatraba había sido también espía le hizo comprender la situación que la gente ordinaria tenía que sobrellevar durante la era soviética, y le hizo preguntarse qué habría hecho ella misma.
„Yo era más radical antes de leer su legajo. Estaba dispuesta a levantar un dedo acusador, pero la situación resultó sumamente compleja e intrincada”, dijo la mujer de 29 años después de pasar cuatro horas leyendo la documentación.
„Realmente no puedo juzgarlo porque no sé qué habría hecho en su lugar”, dijo, y conjeturó que su abuelo se vio „obligado por las circunstancias”. Los archivos secretos habían estado ocultos desde la caída del comunismo y sólo recientemente se abrieron al público. Ahora un alud de rumanos está escudriñando el pasado para saber lo que sus vecinos, amigos y aun familiares decían de ellos a las autoridades.
La apertura de los archivos ha reabierto viejas heridas y ha planteado interrogantes morales acuciantes: ¿acaso los rumanos realmente quieren exponer sus cónyuges e hijos a los rumores alimentados a las autoridades durante toda una vida? ¿Es confiable la información de los legajos? Y, de ser así, ¿vale la pena aprender la verdad sobre aquellos en quienes uno confiaba?
Las revelaciones ya han dividido familias y destruido amistades, una medida del trauma que enfrenta la nación con la apertura de los 1.300.000 legajos de la policía secreta. Otras ex naciones comunistas abrieron sus propios archivos de la policía secreta hace años. El legajo 1161919 comienza en 1942, siete años antes de que Motoc fuera arrestado y enviado a la cárcel por supuestamente haber sido miembro de la Guardia de Hierro, facista, sobre la base del testimonio de un informante. Termina unos pocos meses antes de su muerte en 1985.
Motoc, que enseñaba lengua rumana, fue uno de los millones de rumanos que espiaba y era espiado por un régimen que consideraba enemigos a sus ciudadanos, por lo que creó un ambiente de temor y desconfianza. La Securitate fue creada sobre el modelo de la NKVD soviética, antecesora de la KGB.
La joven rumana cree que su abuelo fue reclutado después de haber sido encarcelado en 1949 como prisionero político en un gulag comunista en Pitesti. Salió de la prisión ocho meses después con un peso de apenas 45 kilogramos pese a su 1,83 metros de altura.
Era habitual que los prisioneros políticos firmasen un juramento de convertirse en informantes después de salir de la cárcel, o que prometieran informar a cambio de ser liberados antes. Los que no lo hacían seguían presos durante años o morían debido a condiciones extremas.
El compromiso del informante se mantenía hasta su muerte, y los mismos espías solían ser vigilados. En determinado momento, se cree que uno de cada cuatro habitantes era informador. „Era insidioso, absurdo. Era a escala nacional. Todos espiaban a todos. Se informaba sobre cualquier pequeñez”, dijo la mujer. „Es como escuchar chismes y anotarlos en un diario”.
El legajo de su abuelo contenía los nombres de varios informantes, incluyendo uno llamado „Teddy” que lo espió durante décadas. Motoc dijo que descubrió muy poco en el legajo sobre las propias actividades de espionaje de su abuelo. En el laberinto kafkiano de la burocracia totalitaria había funcionarios que evaluaban las habilidades del informante y un superior que decidía el curso de acción.
Las absurdidades del sistema se hicieron patentes con los informes del barbero, un poeta frustrado que trataba de convencer a Motoc que tomase en serio sus escritos pese a que tenía faltas de ortografía y su puntuación era insegura. El funcionario comenta al margen que las condiciones mentales del peluquero „parecen cuestionables” y sugiere su destitución. Pero es contradicho por su superior que escribe: „Aun así, siga vigilando su poesía”.
Motoc se siente aliviada de haberse enterado de la verdad un año más tarde de haber solicitado leer la documentación de los Archivos para el Estudio de la Seguridad, que tiene dos millones de legajos. Pero su reacción general es de desdén por el sistema.
„Es su mezquindad. No puedo creer que la Securitate estuviese espiando a un puñado de viejos jubilados que jugaban ajedrez en un club porque se insinuó que habían tenido vínculos con la Guardia de Hierro”, dijo la mujer, que coordina un programa de reformas democráticas y justicia para una organización no gubernamental alemana.
Los capítulos más largos están dedicados al hijo de Motoc, el respetado dramaturgo Doru Motoc, y a un incidente en el que éste fue invitado a Francia para visitar a un familiar a fines de la década del 70. La Securitate dijo que le extendería un pasaporte pero sólo con la condición de que prometiese espiar a los disidentes rumanos allí. Al parecer se negó y se quedó en Rumania.
El marido de Motoc, Radu Motoc, que la acompañó a los archivos, dijo que la calidad de la información degeneró a medida que declinaba el comunismo. „En los años 50 los informadores escribían sobre gente ‘burguesa’ o ‘enemiga del estado’. Al llegar a los 80, reportaban sobre lo que Motoc usaba, cómo hablaba, y el hecho de que siempre iba al restaurante con su esposa y no con otra mujer”, observó.
Junto con la pareja había más de 20 personas atestando un cuarto en los archivos un día reciente, en su mayoría ancianos. Se oyó que uno murmuraba: „No quiero leer esa basura sobre amigos informando sobre mí”.
Motoc prefiere atesorar la imagen de su abuelo como un patriarca bondadoso en la ciudad sombría de Ramnicu Valcea donde vivía la familia. „Al final lo que cuenta son mis recuerdos sobre el abuelo”, afirmó. „Verdaderamente puedo depender de ellos”.
Se trata de un artículo publicado por AP en diciembre de 2007. Resulta interesante recuperarlo para conocer mejor cómo se vivía bajo el yugo del comunismo.