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Nada cambia en el periodismo

José Miguel Viñals, Foto: Hotnews
José Miguel Viñals, Foto: Hotnews

Recientemente me contactó el periodista de un importante medio de comunicación español con la intención de recabar información sobre Rumanía. Nunca había estado pero debía escribir un artículo sobre el país con ocasión de las elecciones. Hablé sobre ello en mi artículo del pasado 23 de noviembre. Durante una hora le expliqué mi punto de vista sobre lo que sé de Rumanía, que sin duda es poco comparado con todo lo que se puede saber, pero mucho más de lo que mi interlocutor sabía.

La pregunta de partida que me planteó es si Rumanía podía ser destino para españoles que, no encontrando trabajo en España en sus oficios, viniesen aquí a desarrollarlos. Es decir, fontaneros, administrativos, trabajadores de la construcción, personal sanitario ….. no sé si también profesores (de español seguro). En este caso no hablábamos de empresas sino de personas, y no de directivos expatriados sino de personal de base que viniese a buscar trabajo. Yo no fui demasiado optimista sobre este punto.

Los sueldos en Rumanía son muy bajos comparados con los de España, y si bien el coste de la vida también es inferior, vivir con menos ingresos netos significaría renunciar a un montón de cosas, prescindibles sin duda pero habituales ya, que por importarse cuestan lo mismo o más aquí que en España. Y cuando estás acostumbrado a un cierto nivel, es difícil renunciar al mismo. Agotado este filón parecía que la conversación no avanzase. Entré a comentar mi retahíla habitual sobre el potencial industrial y agrícola del país, la presencia de multinacionales alemanas mayormente, la ubicación estratégica y demás puntos positivos.

Tampoco escapé ni hice oídos sordos a sus preguntas sobre corrupción, el sistema sanitario (lo poco que sé, nunca lo he usado), el sistema público en general, las pobreza de amplias capas de la población, incluso hablamos de la Iglesia. La conversación se animó y creí que llagaba a buen puerto, lo que para mi implicaba un equilibrio entre los bueno y lo malo que intentase comunicar las ventajas de incluir a Rumanía en la agenda económica, cultural y social del lector español a quien le interesa lo que pasa en el resto del mundo. El artículo final incidió en lo de siempre: pobreza, corrupción y poco más.

Si yo fuese un empresario español con desconocimiento total del país y lo leyese, Rumanía, con su magnífico potencial económico y logístico, desaparecería de mi lista de posibles intereses. ¿Para qué ir a un país donde todo es corrupción y donde la gente “vive en la miseria”? Y daría por buena esa versión, quizá real en parte, pero incompleta de la realidad, una versión que esconde lo bueno. Dicen que lo bueno no vende. No sé. En un momento en que estamos cansados de oír que todo va mal creo que las malas noticias tampoco, que cansan, que no quieres más. En España hay 900.000 rumanos. Un capital humano de gran importancia y calidad. ¿De verdad no podemos pensar en nada positivo que nos permita desarrollarnos apoyándonos los unos en los otros? Fue un artículo bien escrito, pero para mi más de lo mismo, otra oportunidad perdida.

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