Prohibido tocar el claxon
Cualquiera que haya visitado Bucarest o haya conducido por sus calles, se habrá dado cuenta del caos circulatorio en el que vive inmersa la ciudad, explica Carlos Basté en su blog Bucarestinos.
El tráfico de la ciudad es criminal y los motivos son diversos. En primer lugar, responde a un urbanismo caótico, con enormes avenidas que desembocan en estrechas callejuelas, o a la planificación caprichosa del apoteósico proyecto de Casa Poporului, que impuso su espectacularidad a cualquier consideración sobre la movilidad de los vehículos. Por otro lado, en los últimos años, gracias al lento pero progresivo aumento del nivel de vida de los rumanos, ha aumentado el parque automovilístico local que, superando al viejo Dacia estilo Renault 12, se ha diversificado en infinidad de marcas y modelos – incluyendo Lamborghinis, Ferraris o Porsche de la casta mafiosa local – y multiplicado exponencialmente.
No ayuda un sistema de tranvía generalizado que, ante los habituales atascos, no contribuye a la fluidez del tráfico por su escasa flexibilidad, una red pública de autobuses que parece mantener en secreto sus rutas pues, a pie de calle, es imposible saber de dónde vienen y, sobre todo, a dónde van y una amplísima flota de taxis considerada por el resto de conductores como el enermigo a abatir. Las copiosas nevadas invernales y un escaso mantenimiento de la calzada tampoco contribuyen demasiado a mejorar la situación.
Cabe mencionar también la poca gentileza de muchos conductores rumanos, generalmente agresivos, que zigzaguean entre carriles, que impacientes ante un semáforo hacen uso y abuso del claxon como ruidoso sustituto de sus inaudibles improperios, que no dudan en apartar a un molesto vehículo adyacente con amenazantes volantazos y que, ante cualquier respuesta desafiante, les faltará tiempo para apearse del coche y liarse a mamporrazos.
A pesar de su esperanzadora evolución de los últimos años, durante los cuales se han multiplicado las bicis y han desaparecido progresivamente los coches de las aceras, en el Bucarest de hoy todavía faltan indicadores como el de aquel Bucarest de antaño, que prohibían tocar la bocina e invitaban a tomarse la conducción con más calma.