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Rodar en Los Angeles

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Los Angeles, Foto: Jesus del Cerro
Los Angeles, Foto: Jesus del Cerro

Cuando se habla de los rodajes de las películas, siempre se habla de semanas de rodaje. Hay películas de muy bajo presupuesto que se ruedan en tres semanas; entre cuatro y seis suele durar un rodaje estándar; y luego están los abusones americanos con sus rodajes de meses. Lo normal es que se ruede todo seguido pero, a veces, tener diferentes localizaciones, buscar diferentes estaciones del año u otras circunstancias hacen que se ruede en varias partes.

Hasta hace año y medio, yo había rodado todas mis películas del tirón. Algunas veces, eso sí, se había quedado algún plano por rodar o algún problema técnico nos había obligado a repetir alguno. Cuando eso ocurre, juntas un reducido equipo técnico y te ruedas el plano en cuestión donde sea, igualas la luz o falseas la localización, si la que tenías ya no puedes usarla, y a rodar; a veces no necesitas ni al actor, muchas veces te falta un detalle y usas la mano de un doble o te quitas el reloj y las pulseras que te pusiste en verano y lo haces tú mismo. El cine tiene mucho de tecnología y mucho más de artesanía.

Cuando escribí „Hawaii” la pensé en dos estaciones: el principio durante el invierno de Bucarest con nieve, mucho frío y poca luz, y el final en mayo, luminoso y verde, a orillas del Danubio. Dudé mucho, sabía que una vez rodada la parte principal nos quedaría una semana más de rodaje y sabía también que mi equipo se perdería en otros proyectos y que no podría contar con muchos de ellos, con lo que me vería obligado a buscar nueva jefa de vestuario, nuevo director de arte, etc. Sabía que tenía que tener sí o sí a mi director de fotografía y a los actores y lucharía por tener a mi lado a mi ayudante de dirección. Esto eran solo deseos, luego ya veríamos qué nos deparaba la realidad.

Tener diferentes equipos en las grandes películas americanas es bastante normal; tienen un grupo de gente para todo el rodaje, los jefes de equipo y, después, en cada localización o época, se contrata un nuevo equipo; es lo que en los créditos vemos como „Unidad Nueva York” o „Unidad Marruecos”. Pero estas son películas americanas con mucho presupuesto que pueden tener durante meses gente contratada, rueden o no, y así garantizarse contar con los mismos jefes de equipo y que los actores conserven el mismo aspecto, esto es, que a nadie se le ocurra cortarse el pelo o perder o ganar peso. Yo rodaba una película rumana con un equipo muy animoso, pero con un presupuesto modesto. „¿Estás seguro?” me preguntó una vez más el productor. „¿Estás seguro de que quieres dividir el rodaje en dos partes?”. Yo pensé en el invierno en Bucarest y en la primavera en el Danubio, el blanco y el verde, la niebla y el sol y decidí que merecía la pena arriesgar. Así que una fría noche de marzo acabé el rodaje invernal y nos despedimos todos hasta mayo; yo sabía ya entonces que no iba a ser tan sencillo.

El rodaje de „primavera” tuvo lugar finalmente a últimos de julio, porque no conseguíamos tener a todo el mundo con nosotros; cuando podía un actor, otro no estaba disponible y así semana tras semana; convencimos a un equipo de rodaje para que no cortasen el pelo a mi actriz protagonista y a otro para que un actor rodase más tarde y pudiésemos conservar su bigote. Nos costó, pero lo conseguimos; tuvimos un Danubio verde y soleado. Eso sí, el montaje se retrasó meses y la película, que se empezó a rodar en febrero de 2016, se acabó en julio de 2017. Me prometí que la siguiente la rodaría seguida.

En enero de 2017 me fui a rodar una película americana a Puerto Rico; la acción discurría entre París y Canarias; la parte de Canarias y los interiores de París serían fáciles de recrear en la isla caribeña pero ¿y los exteriores de París? Decidimos rodar la unidad principal entre febrero y marzo en Puerto Rico y en abril los exteriores en París. De nuevo partía el rodaje en dos, pero acordamos rodar la parte de París justo al acabar Puerto Rico; me tranquilizó relativamente.

Puerto Rico es Caribe y, aunque hacía calor, era invierno. Llovió todos y cada uno de los días de rodaje; la lluvia, al menos, era puntual; llegaba a las tres de la tarde y hasta las cinco nos mostraba cada día una nueva faceta: llovizna con viento, lluvia recia y continuada, chaparrones cada diez minutos y, entre medias, sol o lluvia huracanada; cada día una muestra diferente, pero un mismo resultado, yo paraba de rodar. La primera semana cambiamos y reorganizamos el plan de rodaje varias veces para adaptarnos, pero, a partir de la segunda semana, no había nada más que adaptar, solo nos quedaba esperar y ver llover. Eso, unido a otros problemas del rodaje, nos hizo ir perdiendo días: „Estamos cuatro días por detrás del plan” me anunciaba el ayudante de dirección. Los actores y el equipo tenían fechas de vuelta, otras filmaciones, aviones que coger y la tensión crecía más y más en el rodaje. Hicimos horas extras, ajustamos guion, corrimos más e hicimos menos tomas pero, mientras nosotros no llegábamos, la lluvia hacia día tras día su aparición, puntual, fiel a sus costumbres. Yo renegaba, pero por otra parte la lluvia nos dejaba a las cinco de la tarde un cielo caribeño encapotado que construía unos atardeceres con una luz increíble; así rodé en tres tardes -en vez de en una- el final de la película con una luz sobrecogedora; no todo iban a ser malas noticias.

Se acabaron los días de rodaje y nos faltaban dos jornadas para acabar la película. El equipo desapareció del mismo modo que llegó a la isla: en un santiamén, entre abrazos y buenos deseos; otras películas, anuncios o videoclips los esperaban. Otros directores con ideas, planos y deseos que convertir en realidades empezaban sus rodajes y ese equipo ya estaba comprometido; yo me quedaba en la isla con mi película sin acabar. Los productores y yo hicimos control de daños, la película se podía montar, pero una trama quedaba coja y yo no estaba muy conforme. También es verdad que rodar lo que faltaba en otro lugar o en otro momento con un nuevo equipo iba a ser muy complicado y costoso. Trabajé en el guion, corté, sustituí, cambié secuencias y creé un nuevo personaje que me ofreciera nuevos diálogos para contar lo que me faltaba. Después de un par de semanas de trabajo tenía un nuevo guion, ya no hacían falta las persecuciones con extras y coches que nos dejamos por rodar. Ahora me hacían falta una oficina para el nuevo personaje -el jefe de mi protagonista- y unas secuencias con los dos. Chris Atkins (inolvidable en „El lago azul”) era mi protagonista y estaba disponible para rodar; ahora hacía falta la nueva actriz (el nuevo personaje era una mujer), y juntar un equipo de rodaje en algún lugar del Globo para rodar estas nuevas secuencias, sin olvidar nunca los dos días de París.

„Lo rodamos en Los Ángeles” me dijeron los productores. „Vamos a estar allí y eso facilita las cosas”. Era abril de 2017. Un actor empezó otra película, luego otro estaba de viaje, el productor empezó a escribir otro proyecto y el rodaje no acababa de encajar y, de nuevo, me encontraba con una película sin acabar; además, nuestras primeras indagaciones sobre el rodaje en París no eran muy halagüeñas. Francia estaba en alerta terrorista y los permisos de rodaje para la capital había que pedirlos con veintiún días de antelación y eran complicados de conseguir.

Las películas, aunque la gente no lo crea, envejecen; no se puede estrenar una película tres o cuatro años después de haberla rodado; por alguna razón que no sabría explicar, se nota que les falta actualidad; los teléfonos, los coches, las modas… supongo que las películas, como las personas, están vivas y el paso del tiempo se nota. Como aquellos pantalones vaqueros que compraste hace un par de años, apenas te has puesto y notas al probártelos que parecen viejos, el tiro, la anchura, el corte; no sabrías explicarlo, pero parecen viejos.

Llegó el verano y seguíamos sin rodar; yo estaba en Bucarest, los productores en Los Ángeles, la nueva actriz sin decidir todavía y el resto de actores desperdigados por Estados Unidos. Escribí a los productores, teníamos que rodar y ya, no podíamos dejar a la película dormir por más tiempo en unos discos duros. El „ya” no fue tal, pero la maquinaria empezó a moverse y, por fin, teníamos fecha de rodaje: la última semana de agosto rodaremos la unidad de Los Ángeles y en Septiembre, si no pasa nada, la unidad de París.

Vuelo a Los Ángeles sin tener la actriz cerrada; la oficina que hemos conseguido no me gusta mucho y seguimos buscando otra mejor; son los problemas normales, por otra parte. Pero la verdad es que nunca he rodado en Los Ángeles y rodar allí es como pisar el Everest para cualquier alpinista. Allí fue donde el cine se convirtió en lo que es hoy en día, los grandes estudios y las grandes estrellas siguen allí creando sueños para todo el mundo. Los Ángeles es sinónimo de cine, con lo que ir allí a rodar parte de mi película hace que se cumpla uno de mis sueños. El que allí rodemos un hotel de Canarias, un parque y una oficina de París y una calle de Madrid solo lo hace todo más mentira o, lo que es lo mismo, más cinematográfico.

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