La curiosidad
Ser curioso, si excluimos la acepción relacionada con el orden y la limpieza, es, según la Real Academia Española de la Lengua, “aquella persona inclinada a aprender lo que no conoce”, lo que parece un término positivo, aunque es verdad que, a veces, la curiosidad mal entendida da lugar a toda una serie de conversaciones de escalera, programas del corazón, revistas y tertulias que enseñan y destripan las interioridades y secretos de otras personas. Aquí la Academia viene en ayuda de los curiosos con la palabra “cotilla”, cuya definición –persona amiga de chismes y cuentos– parece que define perfectamente ese tipo de interés por los problemas ajenos y exime a los curiosos de estar en ese club. Hay también frases sobre el término como la que dice que “la curiosidad mató al gato” y en multitud de películas hay personajes que mueren por haber sido demasiado curiosos o, al menos, esa es la excusa del malo antes de apretar el gatillo.
La curiosidad parece, pues, positiva; pero también tenemos señales que nos dicen que un exceso de ella puede parecer perjudicial. Así, los gatos deberían tener más cuidado y, como ya he dicho, también los personajes secundarios de los thrillers para no husmear donde no deben; e incluso los mismísimos protagonistas de las películas de terror cuando, llevados por su afán de conocer lo desconocido –los muy curiosos– se adentran en el caserón abandonado hace años en el que, como ya intuíamos, van a despertar a un monstruo monstruoso.
Pero si dejamos a los personajes y a los gatos con sus problemas y nos centramos en la creación, en el cine podemos fácilmente advertir que la curiosidad es el principal combustible que tenemos, la materia prima sin la cual no tendríamos historias. Hacer cine y no ser curioso podría asimilarse a hacer pan sin tener harina. Sin curiosidad no habría guiones, planos, películas; la curiosidad es la que te empuja a buscar una historia donde parece que no pasa nada, a indagar en la anécdota que te cuentan buscando más contenido, a ir en el metro viendo cómo se mueve la gente, cómo se sientan, cómo conversan; en definitiva, a ver el mundo que te rodea como una enorme cantera de materia prima para tus proyectos; ser curioso debe ser un modo de vivir si quieres hacer cine.
Muchas veces me preguntan cómo se puede hacer una película sobre una época que nunca has vivido, que no has conocido, sobre un país con diferentes costumbres y con un idioma distinto; y creo que la respuesta es que se puede hacer si te interesas por las cosas, por lo que es diferente y no conoces; siendo curioso, en definitiva, tal y como ya nos aclaraba en su definición la RAE. También es muy importante trasladar ese interés a tu interior, buscar constantemente cosas de ti mismo que no sabías que existían, que no sabías que tenías; variables, vértices, rincones que no sueles visitar o, incluso, que no te gusta visitar; tu interior es también un gran desconocido que tu curiosidad puede hacer que descubras y conozcas. Vivir la vida curioseando hacia fuera y hacia dentro hará que tengas las herramientas para contar historias y, mucho más importante, para vivir; la curiosidad parece, pues, que excede lo que la concisa definición del concepto nos adelantaba.
Cuando diriges cine te tiras horas y horas diciendo a los actores lo que se siente cuando te separas, cuando te compras un coche, cuando se te muere un ser querido, cuando superas la velocidad de la luz, cuando te violan, cuando vas a la guerra, cuando te persigue una mafia albano-kosovar, cuando te toca la lotería, cuando tienes que defender el mundo o te enfrentas a una criatura de otro planeta. Lógicamente, la mayoría de estas situaciones no las has vivido y es de esperar –afortunadamente– que algunas nunca las vivas; por eso es vital ser muy curioso en todo momento e ir llenando tu archivo mental de sensaciones y vivencias. Las tuyas, las que tienes en tu interior, las que te cuentan, las que lees en los periódicos o ves en los documentales, las que ves paseando o en la cola de la panadería. Todo es importante, todo es necesario; ser curioso te debe convertir en un gran contenedor que, en vez de reciclar plástico y cartón, organiza, clasifica y recicla sensaciones, vivencias y experiencias, para después, cosiendo unas con otras, formar personajes, historias, películas.
El cine es la vida y la vida está delante y dentro de ti; solo hay que ser un poco curioso, indagar, buscar, preguntar sobre lo que no conoces o no comprendes; con todo ello conocerás mejor el mundo, te conocerás mejor a ti mismo y, si tienes que rodar una película, tendrás los mecanismos para hacerla; si no, simplemente la vida será más intensa. Está muy bien ser curioso.