No todavia
El jueves pasado no me desperté muy animado. Además volvía a hacer frío, lo que no ayudaba a que nada mejorase. A lo largo del día, sin embargo, tuvieron lugar tres acontecimientos aparentemente sin importancia y que, ahora, mirando desde el futuro del viernes, es posible que ocurrieran con un motivo y además ocurrieron en jueves. Mi amiga Sol decidió hace algún tiempo dejar el negocio familiar y dedicarse al proceloso mundo de la escritura, a enfrentarse día sí y día también al folio en blanco; en su caso, a la pantalla de su blog, desafiante, limpia, vacía para ganar esa batalla con ingenio, destreza y profesión.
Un tiempo después, con un batallón de seguidoras en su blog, se enfrentó a su primer libro; ahora el batallón era de páginas en blanco, arrogantes, dispuestas a luchar su inmaculado blanco pero, igual que los caminos se hacen paso a paso, ella fue página a página completando su particular vía crucis para acabar hace muy poco el libro.
Todo esto viene al caso porque el jueves recibí un mensaje en una red social donde se me informaba de que Sol impartiría una masterclass de escritura y yo, escritor novato, recién llegado a este mundo del folio en blanco y con ganas de aprender, me interesé por participar como alumno, a lo que Sol me respondió: “¿Tú? ¡Pero qué dices insensato!”
También el jueves, pero más tarde, buscando nuevas cosas que hacer o ver, volví a entrar en el mundo de las charlas TED –unas charlas en Internet muy interesantes sobre mil temas– y, en una de esas charlas, una sicóloga, muy buena oradora y mejor pedagoga, hablaba de la necesidad de vivir los procesos, no valorar solo los objetivos conseguidos.
Hablaba del “no todavía” un status que debería hacernos vivir mejor. Y la verdad es que el “no todavía” me generó de repente una gran paz interior; con la película aún sin acabar, pasé de vivir estos días con estrés porque tenía que terminarla a darme cuenta de que el proceso en sí mismo es importante, no es solo un camino al objetivo y merece la pena ser vivido y disfrutado. Que un “no está listo” habla del presente y de un fracaso y un “no todavía” habla de un futuro, de un proceso y de un posible final satisfactorio. Y, como el jueves no había acabado “todavía”, seguí trasteando en Internet. Así llegué al discurso de Steve Jobs en la ceremonia de graduación de la Universidad de Standford (desde aquí animo a verlo y sobre todo a escucharlo).
Steve Jobs hablaba sobre cómo había fundado Apple de la nada, cómo la había hecho triunfar y cómo, unos años después, le habían despedido. Eso había sido un mazazo, un golpe terrible que le llevó a plantearse todo y valorar dejar lo que amaba, su pasión. No lo hizo, siguió trabajando y fundó Pixar y Next. Lo de Pixar no hace falta que lo explique.
Next fue comprada unos años después por Apple (la tecnología de Next, desarrollada por Jobs, es la que hace posible que todos los ordenadores con la manzana mordida funcionen) y así Steve Jobs volvió a la empresa que había fundado años atrás. Él decía que cuando le echaron no entendía nada, pero ahora lo veía como lo mejor que le había ocurrido; así pudo tomar decisiones guiado por su corazón, por su instinto, libre de mochilas y de obligaciones.
En ese momento, veía esas decisiones inconexas, sin rumbo, noqueado aún por su despido pero, incluso así, confió en sí mismo. Ahora, desde el futuro, esas decisiones tenían todo el sentido, aparecían como unos puntos encadenados. Así –decía él– deberíamos hacer todos, confiar en nosotros mismos; los puntos, las decisiones puede que no tengan sentido en ese momento pero, cuando miremos desde el futuro, esas decisiones se unirán y tendrán todo el sentido si hemos sido honestos con nosotros mismos. Así, nuestras acciones y decisiones tendrán razón de ser y conformarán, como los puntos a los que se agarra un alpinista en su escalada, nuestro camino y nuestro sostén.
Cuando hace mucho tiempo decidí dedicarme al cine y la tele mucha gente me tildó de insensato, lo que siempre me pareció curioso porque veía mucho más insensato ser abogado, ingeniero o médico, profesiones, por otro lado, mucho más complejas y con más responsabilidades que la mía.
Yo, si hago mal mi trabajo, aburriré a un número indeterminado de personas, pero nadie se ha muerto (que se sepa) de aburrimiento. De los médicos depende nuestra salud y de los ingenieros ese puente por el que cruzamos cada día sin tener que plantearnos las toneladas que puede resistir porque un señor muy bien formado las ha calculado por nosotros, para que crucemos con seguridad. Sin embargo, nuestra sociedad ve más extraño que alguien se quiera dedicar, a pintar, a hacer cine o a escribir –como mi amiga Sol– que a ser ingeniero y arriesgarse a calcular la distancia entre los pilares de ese puente o médico y valorar si ese bulto que tiene un paciente es maligno o no.
Cada cierto tiempo doy clases en las que los alumnos me hablan de sus dudas, de si podrán llegar a trabajar en cine, si tendrán el talento suficiente, si podrán rodar esa película o escribir ese guion. Supongo que los chavales que quieran ser ingenieros, abogados, futbolistas o mecánicos de coches tendrán los mismos miedos y las mismas inseguridades. Son preguntas y dudas que nos asaltan a todos independientemente de aquello que nos guste hacer o aquello en lo que queramos trabajar.
Ahí me vino de nuevo a la cabeza el “no todavía” y vi una vez más que no es solo el objetivo, sino el proceso, lo importante. El proceso de hacer lo que sentimos, lo que queremos. Steve Jobs también nos decía en ese discurso que si no sabíamos qué era eso por lo que luchar, deberíamos buscarlo tomando, claro, decisiones para poder realizar esa búsqueda
Como el alpinista que abre una vía nueva de escalada, que sale de su zona de confort para generar unos pasos, una guía que ahora no ve clara pero que, desde el futuro de la cumbre, aparecerá como el mejor de los mapas. El “no todavía” retumbaba más y más en mi mente y cobraba aun más sentido. Me daba una posición desde donde ver el presente y desde donde buscar el futuro.
Así que, mirando ese jueves desde la atalaya del viernes, decidí que sí, que merece la pena ser un insensato como me llamaba mi amiga Sol y luchar por lo que uno quiere como hizo ella, decidir la cosas con el corazón, con honestidad, luchando por lo que nos gusta, como Steve Jobs nos decía y siempre valorando el proceso sin obsesionarnos con el objetivo, como nos enseñaba la sicóloga de las charlas TED y así disfrutar del tibio momento del “no todavía”.
No es el calor que todos esperamos de la ducha en esas mañanas frías, pero tampoco es la decepción del agua helada del calentador roto; y merece la pena transitar por el “no todavía” y disfrutar de su tibieza como del sol de primavera sin echar de menos el verano.
El viernes anterior habría pensado que no era fin de semana, hoy pensaba que “no era todavía” fin de semana y, con ese sentimiento, monté en mi bici y me fui a seguir trabajando para que mis sueños pasaran del “no todavía” a la realidad… mientras tanto, el “no todavía” había soleado mi viernes.