Sibiu, una ciudad para el documental
Hace unas semanas recibí un email, el logo del Astra film festival anunciaba una buena noticia: la selección de mi documental “Estoy embarazada en Rumanía” en la sección oficial del festival. Nos cruzamos otros emails, agradeciendo yo la selección y organizando ellos el viaje. Pasaron las semanas, llegó el otoño y el jueves pasado llegaba a Sibiu, una preciosa ciudad de Transilvania, para disfrutar de unos días de buen cine documental.
En los festivales de cine se habla de cine, se conoce a gente que trabaja haciendo cine y se ve mucho cine. Para mí, es el mismo sentimiento que tenía cuando, con diez años, mis padres me llevaban al parque de atracciones; además brillaba el sol y Sibiu, después de muchas restauraciones y obras, lucía espectacular con sus preciosas plazas centrales –la grande y la pequeña–, sus iglesias, su enorme muralla y sus características ventanas en los tejados que, por su forma, parecen ojos espiándote.
El festival de cine documental de Sibiu es el más importante de su categoría en el este de Europa. Comprobé que la selección de documentales era muy buena y dediqué mi tiempo a saltar de un cine a otro para ver cada día el mayor número posible de películas.
Así vi la interesante y dura “Checos contra checos” sobre el problema racial en la República Checa, el colorista y sensual documental del maestro Wiseman sobre el cabaret “Crazy Horse” y, mientras veía uno y otro y escuchaba a los directores contar sus motivaciones al hacerlos, pensaba que más tarde, a las seis y media, se proyectaba el mío y era la primera vez que lo veía en pantalla grande con público.
Tardamos año y medio en rodar el documental y otro tanto en montarlo.
Tres años de trabajo resumido en 78 minutos, durante los cuales, 16 mujeres nos cuentan sus problemas: cómo una chica de 17 años embarazada de siete meses no se ha hecho ninguna ecografía o cómo otras no esperan encontrar trabajo en años, pues deberán quedarse en casa cuidando a sus hijos. Hablaban de discriminación, de desigualdad. Me preocupaba la reacción del público, el haber sido capaz de presentar con claridad los anhelos de esas mujeres que me cedieron su tiempo para contarme lo que sentían, lo que les preocupaba y qué problemas tenían al quedarse embarazadas.
A las seis y veinte estaba en la sala, la gente buscaba su sitio y se acomodaba; a las seis y media, con puntualidad germánica y la sala prácticamente llena, las luces se apagaron y el proyector empezó su trabajo. Varias personas llegaron tarde para llenar la sala y hacerme sentir bien… ver butacas vacías en un estreno no gusta a nadie. Me había colocado en la parte trasera y controlaba las reacciones de la gente, me sabía de memoria la película, cada plano, cada frase, pero quería ver las reacciones a esos planos, a esas frases, ver si la gente se emocionaba cuando tocaba, ver si esos momentos en los que esperaba la sonrisa o, con suerte, la risa, en los que, con el humor, trataba de relajar un poco la historia para, unos segundos después, romper esas sonrisas con un helador testimonio. El público reaccionaba bien: la señora sentada a mi lado no pudo evitar emocionarse al ver en la pantalla cómo las mujeres son discriminadas; el adolescente de mi izquierda, que durante los primeros minutos miró un par de veces su teléfono, estaba ahora centrado en la proyección y negaba una y otra vez con la cabeza de forma instintiva cuando la pobreza, la falta de educación y de medios golpeaban a las protagonistas de mi documental y, ahora a través de la pantalla y de mi documental, le golpeaban a él.
Después de la proyección, los festivales te dan la oportunidad de charlar con los espectadores, de responder a sus preguntas y, a mí, de comprobar cuánto les había tocado mi historia. Escuchar a los espectadores contarte que se habían sentido representados por lo que habían visto: que habían sentido pena, alegría, dolor, en definitiva, que se habían emocionado. El género documental no es, desde luego, el que gana en cuanto a cifras, a negocio, a taquilla, pero es el más poderoso en cuanto a sentimientos. Lo que se ve no nace de la imaginación de un guionista; nace de la realidad y esto hace que, cuando un documental te llega, te remueve por dentro, no tienes escapatoria, te presenta lo mejor y lo peor de los seres humanos sin trampa ni cartón y, después de verlo, durante un rato, unas horas, unos días, ese sentimiento, ese desasosiego va contigo. Eso es lo que percibía en la gente que había visto la proyección: que les había generado desasosiego, dudas, ganas de cambiar y ganas de luchar por cambiar. Sé que ningún documental ha cambiado el mundo, pero también sé que todos los cambios empiezan por pequeñas cosas, por lo que el objetivo de los tres años de trabajo empezaba a cumplirse.
Vimos más documentales, hablamos con más directores y con más espectadores y el festival dio a conocer sus ganadores entre los que no nos encontrábamos. El jurado había decidido que había otros documentales con más méritos que el nuestro, pero las mujeres que nos confiaron sus pensamientos, sus problemas y su grito silencioso pidiendo ayuda no lo hicieron para que ganásemos, sino para que mucha gente pudiese escucharlo y en este festival de Sibiu, con estas primeras proyecciones, empezamos a dar voz a esos problemas. Cambiar el mundo a mejor, dependerá ya de nosotros.