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¡Qué desperdicio!

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Supa cu branza, Foto: corbis.com
Supa cu branza, Foto: corbis.com

José Graziano da Silva, director general de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) escribe en un blog de El País con motivo de la Conferencia Regional de la FAO para Europa, que se celebra en Bucarest y en la que se abordará el problema del desperdicio de alimentos.

¿Cuántas veces has ido al supermercado y has elegido las manzanas o los plátanos más bonitos en los estantes? Nuestra preferencia natural por la fruta brillante y atractiva hace que toneladas de frutas y verduras con insignificantes defectos acaben en la basura.

La comida desperdiciada por los consumidores – o por las tiendas y restaurantes a los que estos acuden- es, sin embargo, solo una parte de la historia.

El desperdicio de los consumidores en países de bajos ingresos es un problema menor, pero enormes cantidades de alimentos se pierden en estadios anteriores de la cadena de valor alimentaria. Las pérdidas de alimentos–en granjas, durante el procesamiento, transporte, almacenamiento y en los mercados- socavan la seguridad alimentaria en muchas partes de Europa y Asia Central.

En Europa, si combinamos el volumen total de comida desperdiciada o perdida a lo largo de la cadena alimentaria, nos enfrentamos a unos 280 o 300 kilogramos por persona y año.

En conjunto, el desperdicio y las pérdidas de alimentos en todo el mundo se estiman en 1.300 millones de toneladas. Esa cifra supone un tercio de la producción anual mundial de alimentos. ¿Es esto aceptable en un mundo en el que 842 millones de personas viven con hambre, malnutrición e inseguridad alimentaria?

Con la vista puesta en el futuro, cuando se espera que la población mundial llegue a los 9.000 millones de personas en el año 2050, las necesidades de alimentos continuarán subiendo. Si los desperdicios y pérdidas pudiesen reducirse simplemente a la mitad, el incremento de alimentos necesarios para alimentar a la población del planeta en 2050 sería solo de un 25% en lugar del 60% estimado actualmente.

Las pérdidas y desperdicio de alimentos suponen también un descabellado peaje para el medioambiente. Cuando se tiran o se pierden alimentos, también se tiran la energía, la tierra y el agua que se utilizaron para producirlos. Además, 3,3 giga toneladas de gases de efecto invernadero se emiten cada año al producir alimentos que nunca llegan a comerse.

Considerémoslo en términos económicos: el coste anual de los desperdicios y pérdidas de alimentos, expresado en precio al productor, es de 750.000 millones de dólares. Si considerásemos además los precios al por menor y los costos ambientales, esta cifra sería mucho mayor.

Se mire por donde se mire –desde la perspectiva ética, económica, ambiental o en términos de seguridad alimentaria humana-, no podemos tolerar el despilfarro de un tercio de toda la comida que producimos cada año.

Por esta razón la reducción a cero de las pérdidas y desperdicios de alimentos es uno de los cinco elementos del “Desafío Hambre Cero” del Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Estamos trabajando juntos en el marco del sistema de Naciones Unidas y con una amplia coalición de socios para hacer frente a éste y otros temas clave para nuestros sistemas alimentarios.

El 3 de abril, en Bucarest, los ministros de agricultura y desarrollo rural de toda Europa, el Cáucaso y Asia Central se dan cita para abordar el problema de frente. La Mesa Redonda Ministerial sobre Desperdicio y Pérdidas de Alimentos en Europa y Asia Central será uno de los eventos destacados de la Conferencia Regional de FAO para Europa, que este año se celebra con Rumanía como país anfitrión.

Aunque la actitud de los consumidores es importante, el desperdicio y la pérdida de alimentos deben verse como una cuestión política transversal y no solo como un determinado estilo de vida.

El problema es de tal magnitud y complejidad que todos los actores de la cadena de valor alimentaria deben implicarse. La inversión del sector privado en infraestructura para el transporte, almacenamiento y marketing de la comida son tan necesarios como los programas para capacitar a los agricultores en mejores prácticas.

El sector público puede, a su vez, llevar a cabo investigación, desarrollar tecnología y adoptar políticas que alienten al sector privado a invertir en formas de reducción de pérdidas y desperdicios.

¿Qué podrían hacer los gobiernos en Europa y Asia Central para ayudar a hacer posible el cambio?

En esta parte del mundo, lo que observamos es el predominio del desplazamiento de los pequeños productores. A menudo no son capaces de hacer inversiones en nueva tecnología a lo largo de la cadena alimentaria que permita reducir el deterioro y la pérdida de comida. El acceso rápido a los mercados es otro problema para los pequeños agricultores.

Los gobiernos deberían considerar la introducción de políticas y programas de apoyo que fomenten la formación o el desarrollo de las organizaciones de productores. Este tipo de cooperación permitiría a los pequeños productores incrementar los volúmenes y relacionarse directamente con los procesadores o minoristas, o desarrollar capacidad de pre-enfriamiento y almacenamiento. Esto, a su vez, se traduciría no solo en una reducción de los altísimos niveles de pérdidas o desperdicios debido al deterioro inmediatamente posterior a la cosecha sino que además prolongaría la vida útil de los productos frescos, lo cual a su vez supondría menos residuos por parte de los consumidores.

Los gobiernos también deberían desempeñar un rol catalizador mediante el lanzamiento de procesos de diálogo que involucren a todos los actores clave en ciertas cadenas agroalimentarias (raíces y tubérculos, frutas y verduras, y cereales, por ejemplo) sobre la mejor forma de reducir las pérdidas y los desperdicios de comida.

A diferencia de las pérdidas, el desperdicio de alimentos es, en gran parte, el resultado de la conducta y las decisiones tomadas por los consumidores y minoristas. A través de campañas de sensibilización pública, los gobiernos tienen la oportunidad de ayudar a cambiar la mentalidad de que tirar la comida es más barato o más cómodo que usar, reutilizar o prevenir el desperdicio de alimentos.

Insto a todos –desde ministros del gobierno a agricultores, pasando por minoristas de alimentos a aquellos que compran para sus familias- a reflexionar sobre sus creencias y prácticas en lo que respecta a la alimentación.

Debemos detener este desperdicio de nutrientes y recursos.

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