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La 'tierra de nadie' resiste más allá del río Dniester

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Transnistria, Foto: Petrut Calinescu
Transnistria, Foto: Petrut Calinescu

Tiraspol es un polvorín silencioso desde 1992. Pero está ahí, en la puerta sur de la región separatista de Transnistria (Moldavia), un lugar al que llegar de incógnito es una misión entre lo difícil y lo imposible. Algo así como si una pareja de turistas se empeñara en hacer fotos discretamente desde los Altos del Golán (Siria).

Enmarcados entre la frontera artificial con Ucrania y la natural con Moldavia (por el río Dniester), unos 600.000 separatistas sobreviven bajo las reminiscencias de la antigua Unión Soviética. Tan extrema llegó a ser la situación, que el exlíder del régimen separatista, Igor Smirnov, aseguró que se cumplían todas las condiciones para que se declare una guerra entre ambas partes.

No sería la primera vez. La secesión de Transnistria se peleó desde el primer momento en que Moldavia firmó con Rusia el tratado de adhesión en la Comunidad de Estados Independientes (diciembre de 1991). Hasta junio de 1992, los militares moldavos se estrellaron contra su propia incapacidad de coordinación y la carencia de armas y municiones. En julio de 1992, un pacto entre las autoridades moldavas y las rusas permitió la creación de un Estado no reconocido por el Derecho Internacional pero apoyado por Rusia. A pesar de que Moscú nunca ha reconocido su implicación, su XIV Ejército permanece desde entonces controlando la seguridad de la región.

Durante el viaje a Tiraspol se observa la paradójica situación que sufre la región secesionista de Transnistria . En la mismísima plaza de Chisinau (capital de Moldavia) se ven coches con matrícula de Cisdniestria que se ofrecen para cruzar a la otra zona sin que las tropas rusas verifiquen la procedencia de los pasajeros.

El idioma es otra barrera artificial que separa a los habitantes de esta región de los moldavos. Los primeros son rusófonos por imposición; los segundos hablan rumano aunque lo denominan moldavo.

Ya en Tiraspol, aún se respira una nostalgia viva por la extinta Unión Soviética: ropa militar en las calles, estudiantes con la risa desgastada, la bandera rusa ondeando en los destrozados cuarteles de las Fuerzas Armadas rusas… A la pregunta de cómo viven, su respuesta es: «De lo que haya, pero poco se encuentra». Las fábricas están en ruinas y la agricultura sigue siendo primitiva, mientras que prolifera el contrabando de armas y de drogas.

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