Un 'Little Romania' florece en un barrio humilde de Barcelona
Un discreto núcleo de comercios rumanos se consolida paulatinamente en el Eixample izquierdo de Barcelona, entre la estación de Sants y el Hospital Clínic. No es muy evidente ni pretende serlo. Los rumanos que viven en el Área Metropolitana se caracterizan precisamente por su poca afinidad a los espacios segregados para compatriotas y su rápida integración cultural. Conscientes del desconocimiento y los estereotipos sobre la Europa del Este, procuran difundir la cultura, paisajes y gastronomía de su país natal desde los restaurantes y tiendas de barrio que regentan, relataLa Vanguardia.
Este incipiente Little Romania empezó a cuajar apenas en el último lustro. Empezó a raíz de una empresa de envíos y transporte, Atlassib, que lleva casi una década y media en la calle Provença, frente a la prisión Modelo. Especializada en Rumanía, atrae a cientos de clientes cada semana, procedentes de toda la provincia. Esta afluencia homogénea animó a Valentín Radu a abrir cerca un colmado de productos rumanos, que pronto tuvo mucho éxito, y una taberna ambientada en la leyenda del conde Drácula. Justo al lado de Atlassib, Crina Nicoleta y Doru Rosu hallaron el local propicio para unificar y trasladar los dos colmados que tenían en L’Hospitalet. También abrieron un bar-restaurante a dos manzanas, de carta y menú, que se les quedó pequeño y han sustituido hace seis meses por otro mayor. En la esquina con Entença abrió en 2012 otra empresa de envíos, Fratii Barsan, que todavía ha atraído a más compatriotas a la zona. Un taller de costura en Rocafort o una tienda de mascotas en Numància son otros ejemplos cercanos.
„Poco a poco se ha convertido en una calle de productos rumanos”, señala con orgullo Valentín Radu. Y añade: „Aunque vivan en otras ciudades de Catalunya, la mayoría de rumanos conoce esta zona por la paquetería y aprovechan cuando vienen para hacer alguna compra”, explica. „¡Es la zona de Barcelona a la que acuden más rumanos!”, coincide Crina. Aunque matiza que la mayoría „está de paso”: „No hay muchos que puedan pagarse un piso en el Eixample, sólo los que tienen un buen trabajo”. A través de la restauración captan también clientela autóctona, atraída por el descubrimiento de nuevos sabores a un precio asequible.
La veterana paquetería Atlassib ofrece también billetes de autobús –que salen desde la Estació del Nord– hacia Bucarest, tarjetas prepago de telefonía y remesas de dinero. „En Navidad es cuando hay más trabajo, por los regalos hacia allí y hacia aquí”, responde muy atareado Cristi, el treintañero que despacha tras el cristal. „Por Pascua también, en abril, pero no tanto”, añade. El local tiene un aire de total improvisación, con fardos y maletas apilados, el teléfono sonando sin tregua, un gran mapa en la puerta y carteles publicitarios en castellano y rumano. Lució la iluminación navideña del eje comercial, del que es asociado, todo el mes de diciembre. Frateii Barsan, propiedad de dos hermanos residentes en Madrid, tiene una tienda de envíos en la calle Entença y otra en Sepúlveda. „Tenemos una ruta de recogida por toda Catalunya, para los que no pueden acercarse a Barcelona”, explica Gabi, mientras atiende. „Casi todos los clientes son de Rumanía y envían muchos regalos y comida”, agrega.
Valentín Radu, que llegó a Barcelona en 1998, ha levantado un pequeño emporio en la calle Provença. En su colmado siempre hay gente entrando y saliendo, conversando en la puerta, curioseando… Un tablón de anuncios vehicula la ayuda mutua y los ofrecimientos de trabajo o habitaciones. „Fue el primer negocio que abrí y sigue siendo el pilar”, asegura. Ofrece múltiples tipos de embutidos, en especial salchichas ahumadas, y de repostería, tanto artesana como industrial. Importa personalmente los productos que vende, la mayoría de fábricas regionales de Rumanía y algunos de particulares que los elaboran en casa, tanto allí como en Barcelona. Su mujer, María, también cocina para la tienda. „Al comprar busco marcas y personas de confianza y al vender intento explicar bien qué es cada producto, para que los clientes no tengan miedo”, expone.
El negocio le ha ido bien y le ha permitido abrir cuatro tiendas en diferentes ciudades. Probó suerte con una pastelería justo en la esquina, llamada Bucaresti y ambientada en la capital rumana de principios de siglo. Pero las obras del AVE, que abrieron en canal la calle, le convencieron que era mejor cerrar la persiana y volver a intentarlo unos metros más allá en formato taberna. Así nació Crama Drácula, un restaurante de aires terroríficos que recrea al personaje de Bram Stoker. „Funciona muy bien y los españoles ya son casi el 75% de la clientela, la mayoría compañeros de trabajo de algún compatriota”, asegura Radu. „Drácula gusta a la gente de aquí, porque es un mito, no es una cosa mala real”, argumenta. Ristras de ajos y pieles animales decoran las paredes interiores, mientras un vampiro de tamaño humano ejerce de reclamo en la puerta y sorprende a los usuarios del carril bici que pasa justo por delante.
El restaurante de Crina y Doru se llama Transilvania y está en la calle Provença con Borrell. Excepto por el menú bilingüe del exterior, pocos rasgos delatan su especialización. La mayor parte de clientes no se percata del toque oriental hasta que llevan un buen rato comiendo o tomándose el café de media mañana. La carta ofrece platos de toda Europa, además de reinterpretaciones de clásicos internacionales como espaguetti a la carbonara, tartar o filete Strogonoff cocinadas con ingredientes rumanos como la nata agria, el chucrut o la paprika. „Intentamos ofrecer una cocina especial, no sólo recetas rústicas de la abuela… ¡serían demasiado fuertes para el clima mediterráneo!”, comenta entre risas Crina, que ya lleva 12 años en Catalunya.
El peso de los estereotipos
Frente a la barra del Transilvania, una mesita agrupa material de promoción turística de Rumanía, así como una guía de establecimientos y tarjetas de profesionales compatriotas. „Intentamos no perder nuestra identidad pero vivimos aquí, así que combinamos las costumbres de ambas culturas”, explica Doru. Pone como ejemplo la pasada Navidad, en la que celebraron San Nicolás el 6 de diciembre, pero también Papá Noel y Reyes. Tienen dos hijos nacidos aquí, uno de ocho años y el otro de 20 meses. „¡El mayor ya habla mejor catalán que rumano!”, añade Crina. La escuela, ubicada en el mismo barrio, potencia la hibridación cultural: „La tutora le pide que enseñe palabras rumanas a los compañeros y aunque al principio le daba vergüenza, ha comprendido que es algo bonito y positivo”.
„Mucha gente no sabe distinguir a los rumanos de los gitanos rumanos y con tanta publicidad negativa se piensan que somos todos ladrones”, lamenta Doru Rosu. No es ningún secreto que la confusión entre payos y gitanos genera un visible enojo al colectivo, heredado en parte de la fuerte segregación en el país de origen. „Cuando trabajaba en L’Hospitalet unos clientes no se creyeron que soy de Rumanía ¡porque no llevaba ‘esa falda de terciopelo’!”, recuerda Crina indignada.
A Valentín Radu también le preocupa sobremanera la imagen de los rumanos en España. En paralelo a su faceta de empresario, creó en 2010 la asociación Unirea, que preside. „La fundé para cambiar la imagen que se tiene del rumano, para mostrar nuestra cultura y que no se nos juzgue sólo por lo que sale en la tele”, explica. La sede está en Barcelona pero tiene una subsede en Castelldefels. Cuenta con un millar de socios y organiza varias fiestas anuales, como el Día de la Mujer (8 de marzo), Pascua, el Día de Rumanía (1 de diciembre) o la elección de Miss Rumanía en Catalunya.
La discreción es la norma
Los rumanos ya son el segundo colectivo de inmigrantes más numeroso en Catalunya (el 9% del total), con una población de 105.500 personas, según datos de enero de 2013. En los últimos 10 años su presencia se ha multiplicado por siete y se distribuye por casi toda la geografía catalana. Según la misma estadística, es una población eminentemente joven, entre los 15 y los 44 años, y con equilibrio entre los dos sexos. Es decir, un auténtico revulsivo laboral y demográfico. Según el padrón municipal de junio de 2013, el más reciente, en Barcelona viven 7.300 rumanos (12ª nacionalidad extranjera en volumen) y residen sobre todo en Sant Martí, Sants-Montjuïc y Eixample.
„Es insólito que emerja esta zona de comercios rumanos [en el Eixample izquierdo], porque los rumanos son poco dados a abrir negocios propios y dedicarse al público compatriota”, responde Miguel Pajares, antropólogo social e investigador dela UB. Su tesis doctoral sobre la inserción sociolaboral de los inmigrantes rumanos en Catalunya, que puede leerse online, retrata al detalle a estos nuevos conciudadanos.
Señala, así, que la gran mayoría son cristianos ortodoxos, que transmiten el idioma básicamente en casa, que su principal círculo de relación es la familia nuclear y que acarrean una notable desconfianza hacia las organizaciones y administraciones a raíz de la corrupción y el control de la época soviética. „No tienen tanta tendencia a crear espacios para compatriotas, como hacen los latinos o los paquistaníes”, asegura. En cambio, „están muy pendientes y preocupados por si les confunden con gitanos rumanos”, porque „en Rumania el racismo hacia los gitanos es muy fuerte, incluso más biologista que cultural”, lamenta Pajares.
„Suelen ser emigrantes de primera generación y en general no han tenido problemas de integración”, analiza Ricard Zapata-Barrero, profesor e investigador de la UPF especializado en políticas migratorias. „Pasan desapercibidos porque no tienen pautas culturales ni religiosas muy diferentes a las autóctonas y porque se dispersan mucho más que otros colectivos”. „Su principal característica es la normalidad y una cierta invisibilidad, por eso tras una primera etapa de llegada y adaptación, surge la reivindicación cultural”, interpreta.