Experiencias de una joven estudiante rumana en una universidad occidental
Recientemente terminé la Facultad de Lenguas Extranjeras en la Universidad de Estrasburgo, Francia. La vida de un estudiante es una mezcla entre noches en blanco, fiestas hasta el amanecer y una dosis de responsabilidad de vez en cuando, para no perder el sentido de la palabra.
Mi vida estudiantil empezó como una tormenta y sin ninguna esperanza de que las cosas se mejoraran algún día. Pero con el tiempo todo cambió de rumbo y me encontré rodeada de gente extraordinaria y lugares maravillosos. Yo nunca he viajado fuera del país hasta los 19 años, cuando otros ya habían visitado más de la mitad de Europa. Antes, el miedo al cambio era mi aliado de confianza pero por otra parte sentía que mi camino tomaría otra dirección algún día, sin saber por dónde empezar y cómo acabaría todo.
De pronto, empecé a buscar informaciones sobre el sistema educativo de Francia y a partir de ese momento todos mis esfuerzos y mi atención se dirigieron hacia Estrasburgo, la capital de Alsacia, una ciudad entre el pasado y el presente de una Europa que no deja de sorprenderme.
Despertarse en un contexto internacional
Sin ningún rastro de arrogancia me integré muy rápido en este contexto internacional. Con características que desafían el arquetipo rumano (para ser sincera yo ni siquiera se cuál es) y con una cara que me permite ser turca, italiana, latina y española a la vez, encontré rápidamente mi lugar en el país que me adoptó. Francia y especialmente Estrasburgo te reciben con un estilo arquitectural y una elegancia increíbles.
Gracias a los museos, los teatros y los cines los estudiantes pueden disfrutar de un año universitario cultural. Para los Erasmus especialmente todos los caminos llevan a La Taverna Francesa. Es un lugar que atrae por su sencillez y la simpatía de la gente detrás del bar de madera. También hay ‘’Au Brasseur’’, donde se come la famosa ‘’tarte flambee’’, una pizza especifica de Alsacia, aunque a los alsacianos no les gustae llamarla así.
Para un estudiante rumano no es tan difícil integrarse visto la comunidad que hay aquí y las actividades propuestas por la organización rumana llamada ADERS (Asociatia Studentilor Romani din Strasbourg) que existe desde el año 2004.
Además de todas las actividades culturales, culinarias y deportivas, Estrasburgo es un punto de ida hacia otras destinaciones. Ubicado cerca de países como Suiza, Alemania, Luxemburgo y Bélgica, no creo que haya muchos estudiantes que no tengan estos países en su diario de a bordo.
Nunca me he imaginado que yo, una estudiante de una ciudad tan pequeña como la mía, podría visitar tantos países. Viajar se convirtió en pasión. Trenes, aviones, el coche compartido (covoiturage) y la bicicleta. Sí, fue aquí, a mis 22 años, donde aprendí a montar en bicicleta. Una novedad.
También fue una primicia en mi vida dar un paseo en barco por el río Ill, tomar ’’palinca’’ (si, no es broma, fue en Francia donde tomé palinca por primera vez y eso se lo tengo que agradecer a un rumano), Kayak-Canoa y un montón de deportes que se pueden practicar gracias al servicio de deportes de la Universidad de Estrasburgo.
Hay mucho que decir sobre el deporte pero lo dejamos para más tarde y mejor hablamos sobre vinos y paisajes. No hay mejor manera para combinarlos que la ‘Route des Vins d’Alsace.’ Esta ruta cubre más de 170 km y es la más antigua de Francia.
No creo que se necesita mucho para convencer, especialmente a los estudiantes, iniciar una aventura en la que se pueden degustar diferentes tipos de vino, familiarizarse con varios quesos y disfrutar de los paisajes.
Todo lo que yo viví aquí no hubiera podido disfrutar de tantas cosas si no habría tenido a mi lado gente inolvidable, que logró que me enamorara del país de cada uno. De hecho las primeras personas que conocí aquí son dos argelinos -quienes se convirtieron en poco tiempo mis amigos-, portugués, turcos, brasileños, coreanos, colombianos, chinos, esrilanqueses y rumanos, entre otros. Todos hicieron que mi estancia fuera mil veces más valiosa.