Ibrahim Müteferrika el Transilvano
Lo cierto es que, tras nacer hacia 1674 en Kolozsvar, la actual Cluj, no fue bautizado con este nombre, aunque desconocemos cuál fue el nombre escogido por sus padres. Tampoco se sabe demasiado sobre sus primeros años de vida, su familia o su religión, aunque sí ha llegado hasta nosotros que estudió teología, posiblemente calvinista. Por aquellos años, el Principado de Transilvania era un estado independiente aunque sometido a los vaivenes provocados por la lucha entre el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y el sultán turco por su influencia en la zona. En uno de tantos rifirrafes, nuestro protagonista fue hecho prisionero y llevado como rehén a Estambul donde, haciendo gala de un gran pragmatismo, para ser liberado se convirtió al Islam y tomó el nombre de Ibrahim, cuenta Carlos Basté en el blogBucarestinos.
Imagino que Estambul se le antojó un lugar mucho más adecuado para hacer carrera política que su Cluj natal, así que se dedicó al estudio de la lengua y la legislación otomana, ámbitos en los que pronto destacó. Sus conocimientos llegaron a oídos del sultán Ahmed III (1703 – 1730) quien, en 1716, no dudó en tomarlo a su servicio como consejero o müteferrika. Gracias a sus conocimientos de latín, árabe, persa y húngaro así como su formación diplomática, Ibrahim Müteferrika se convirtió en uno de los más hábiles consejeros de Ahmed III y de su sucesor, Mahmud I.
Aunque el Imperio Otomano todavía era una potencia formidable, Mahmud I (1730 – 1754) era muy consciente de su continua decadencia y del amenazante ascenso de las naciones cristianas occidentales que, si bien en el pasado habían sido tan débiles frente a las naciones musulmanas, ya por entonces destacaban por su progresivo dominio del mundo. De este modo, poco después de su llegada al trono, Mahmud I encargó a Ibrahim la misión de investigar las causas de tan opuestos desarrollos, así que en 1732 recibió un detallado estudio titulado Bases racionales de la política de las naciones, en el que Müteferrika analizaba de forma amplia la cuestión.
El transilvano reflejó un claro mensaje en su obra: el Imperio otomano debía adherirse a la Ilustración y a la revolución científica europea si quería igualar a sus competidores. En este sentido, Müteferrika no dudó en mencionar las ventajas del parlamentarismo británico y holandés, en describir los beneficios de la expansión cristiana en América y Asia, en criticar el retraso militar de Turquía frente a Europa e incluso se atrevió a sugerir que mientras los europeos se regían por la fuerza de “leyes y reglas inventadas por la razón”, Turquía se hallaba sujeta a la ley de la sharia.
La obra de Müteferrika tuvo un gran impacto sobre el sultán, aunque el diwan (consejo imperial) no se lo tomó tan en serio. Una cosa era describir la superioridad de los gobiernos europeos y otra aplicar las reformas en el seno del Imperio turco. A pesar de todo, a lo largo de su vida, Müteferrika siguió su intensa investigación sobre los efectos de la Ilustración, la emergencia del protestantismo y el auge de los imperios coloniales, cuyas conclusiones puso siempre a disposición del sultán. No es casual que, en 1727, fuera Müteferrika quien introdujese la imprenta en el Imperio otomano y un año después publicara el primer libro empleando tipos móviles árabes. La imprenta de Müteferrika contó con la enérgica oposición de calígrafos yulemas que, en 1742, consiguieron detener tan diabólico invento. Las imprentas no serían comunes en Turquía hasta el siglo siguiente.