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Nadia Comaneci cumple 51 años: "Era demasiado joven para darme cuenta de lo que había hecho"

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Nadia Comaneci, Foto: Agerpres
Nadia Comaneci, Foto: Agerpres

Hay momentos en la historia del deporte que necesitan poca explicación. Como el gol de Maradona a Inglaterra o los 100m de Usain Bolt en Pekín 2008. Si pensamos en el deporte de la gimnasia, la imagen indiscutible es la de una niña rumana, coleta alta y flequillo y lazos de algodón, mirada seria y movimientos y vuelos precisos y perfectos. Tan perfectos, que el 18 de julio de 1976, en el mejor escenario posible, los Juegos Olímpicos de Montreal, recibieron el primer 10,00 de la historia, la perfección, explica la experta de este deporte, Amaya Iríbar en un reportaje en El País.

„Guau. Es difícil creer que han pasado 35 años desde ese histórico 10,00”, reconoció el año pasado en su Twitter la mejor gimnasta de la historia, actualmente afincada en Estados Unidos. „Gracias a mis compañeras de equipo, a mis entrenadores y a mis fans”.

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Aquel ejercicio de paralelas, tantas veces repetido, era el obligatorio. Hasta 1996 todas las gimnastas debían realizar la misma rutina el primer día de competición (de ahí su nombre). Era un poco aburrido para los espectadores ver a las pequeñas atletas repetir una y otra vez los mismos elementos básicos en potro, paralelas y barra, oír hasta la extenuación la misma música en el suelo. Pero era una forma también de facilitar la expansión de la gimnasia a los países más modestos y, claro, de distinguir a los mejores.

Y ahí estaba Nadia Comaneci, con solo 14 años, cuerpo de niña y cabeza de hielo, al frente del equipo rumano. A pesar de su corta edad no era ninguna desconocida. Venía de arrasar en los Europeos de Skien ese mismo año. Pero en los Juegos de Montreal se dio a conocer al mundo entero, no solo a los locos seguidores de la gimnasia. „Nadia era especial”, recuerda Gloria Viseras, por entonces una niña de nueve años que empezaba en la gimnasia y luego coincidiría con la gran campeona en Moscú 1980 y en varios Europeos y Mundiales. „Lo que la hacía diferente es que era perfecta. No eran solo los ejercicios, que también. Era su carisma, cómo saludaba… Era todo”. Viseras no recuerda haber visto el ejercicio en directo: „Creo que lo repitieron luego, por lo que supuso. Fue increíble”.

La historia de ese primer 10,00 está llena de anécdotas. De cómo las jueces, adiestradas para restar décimas a cada titubeo, a cada duda, no fueron capaces de encontrar ningún fallo. O de ese marcador que no estaba preparado para la perfección y en lugar de mostrar un 10,00, lo que enseñó al mundo, lo que pasó a la historia, fue un 1,00 que hizo sonreír a la gimnasta adusta, a sus entrenadores, a sus compañeras, eclipsadas para siempre. Que la empujó otra vez al podio donde estaban colocadas las paralelas para saludar una y otra vez al público enfervorecido con esa niña que, según su entrenador, Bela Karolyi, nunca había llorado. Que dejó boquiabiertos a todos y taciturnos a los soviéticos, hasta entonces grandes dominadores de la gimnasia. Luego vendrían las lágrimas de Olga Korbut y un 10,00 de Nellie Kim, pero fue Comaneci quien pasó a la historia.

Nadia solo logró un 10,00 ese día en ejercicios obligatorios, pero en la jornada de libres repitió en paralelas -con un ejercicio arriesgado y que parecía de otra época- y sumó la barra; y repitió dieces en la final individual, donde se proclamó campeona olímpica para regocijo del público. Como guinda, el último día de competición, en las finales por aparatos volvió a colapsar los marcadores en las paralelas y la barra. Seis dieces en total, tres oros (individual, paralelas y barra), una plata (equipos) y un bronce (suelo).

Para Viseras, la rumana era „especialmente espectacular” en la barra de equilibrios. „En paralelas era increíble, pero es que en la barra era como un clavo. Tenía un cuerpo de dimensiones perfectas y nunca se le movía un pelo. No era una gimnasta muy fuerte y por eso el suelo le costaba un poco más. Pero fue lo máximo”, añade, todavía emocionada.

Los éxitos de la rumana, que llegó a ser portada de la prestigiosa revista Time, llevaron a muchísimas niñas a los gimnasios. Y no solo en Rumanía. „Todas queríamos ser como ella”, reconoce hoy la campeona española. Su hija se llama Nadia.

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