Gas de esquisto, ¿de dónde viene ese olor?
Polonia, y después el resto de Europa, decidirán en breve sobre el futuro de los yacimientos de gas de esquisto. Para los opositores a esta tecnología, se trata de la última oportunidad de salvar al continente del desastre, o de proteger sus intereses económicos y políticos.
En Dobrich no dejan de celebrarse protestas. Esta ciudad búlgara situada en el noreste del país, con una población de unos 110.000 habitantes, exige que se detenga de inmediato la explotación de gas de esquisto en la cercana Rumanía. Dobrich se encuentra a una distancia de unos 40 km de la frontera, e incluso más alejada del área en la que la empresa energética estadounidense Chevron va a iniciar en breve la investigación geológica, pero estas distancias no tranquilizan en absoluto a los manifestantes. Luchan contra las empresas energéticas que destruyen la región histórica de Dobruja y que se extiende a lo largo de la frontera búlgaro-rumana.
La mayor fuente de polémica es un método de extracción conocido como fracturación hidráulica. Los activistas en Dobrich creen que el método para extraer el gas de esquisto, que consiste en inyectar en las fallas de la roca a alta presión grandes cantidades de agua mezclada con arena y sustancias químicas, incluidos detergentes, contaminará toda la región.
En Dobrich, donde se han celebrado manifestaciones con asiduidad en el último año y medio, son muy conscientes del poder de las protestas callejeras. Precisamente una masiva oleada de protestas, apoyada por un movimiento ecologista bien organizado, fue lo que obligó al Parlamento búlgaro a introducir una moratoria en el uso de la fracturación hidráulica en enero del año pasado, de modo que Bulgaria se convirtió en el segundo país europeo después de Francia en prohibir la investigación y la extracción del gas de esquisto.
Un grifo en llamas
Las protestas como las de Dobrich se inspiran en gran medida en Estados Unidos, donde la batalla sobre la fracturación hidráulica del gas de esquisto ha sido más feroz que en cualquier otro lugar. El movimiento búlgaro contra el gas de esquisto, al igual que sus equivalentes por toda Europa, comparten los mismos argumentos y escuchan al mismo profeta, el director Josh Fox. Cualquiera que haya visto su documental de 2010, Gasland, probablemente se convertirá en un firme opositor a la extracción del gas de esquisto. Fox viajó por varios estados americanos, recopilando testimonios de personas con problemas crónicos de salud. Su investigación muestra pruebas de una mayor tasa de cáncer, atribuible a la contaminación del aire, los pozos de agua y las aguas superficiales. En una de las escenas más sorprendentes del documental, un terrateniente de Weld County, Colorado, demuestra con un mechero la existencia de gas en el grifo de un pozo de agua en su hogar. Gasland causó una histeria mundial y con ella su autor ganó un premio Emmy y una nominación a los Oscar.
Mientras, tres periodistas, dos de Irlanda y uno de Polonia, se propusieron revelar lo que consideraban información errónea sobre el proceso de fracturación hidráulica del gas de esquisto. Su documental, FrackNation, se financió con las aportaciones del público a través del sitio web Kickstarter, que recaudó su objetivo de 150.000 dólares (116.018 €) en sólo tres semanas, con una donación media de 60 dólares. Los creadores de FrackNation dejaban claro desde el principio que su objetivo era demostrar que el gas de esquisto era una fuente de energía segura y viable. Sin embargo, en primer lugar, intentaron exponer los puntos débiles de Gasland en contra de la fracturación hidráulica. Y encontraron numerosas incoherencias, así como algunos hechos que sencillamente no eran ciertos.
Aún así, FrackNation no obtuvo en absoluto tanto reconocimiento como Gasland. Esto ilustra la dificultad fundamental a la hora de mantener un debate racional sobre la tecnología del gas de esquisto: el ciudadano de a pie sigue sin saber si la fracturación hidráulica es o no segura.
Escepticismo rutinario
Antes de la prohibición de Bulgaria sobre la fracturación hidráulica, el Gobierno en Sofía no veía ningún riesgo en la tecnología y una serie de empresas, sobre todo estadounidenses, mostraron su interés por los depósitos de gas de esquisto del país, que supuestamente superarían los 500.000 millones de metros cúbicos. Si se utilizara, el gas de esquisto probablemente reduciría la dependencia de Bulgaria de las importaciones energéticas de Rusia, una dependencia que aumentará en los próximos años con la apertura del gasoducto South Stream, que pasará por territorio búlgaro.
La oposición a la extracción del gas de esquisto también se ha fomentado por el temor a que su uso pondría en peligro el panorama energético en Europa. Las industrias nucleares de República Checa y Hungría consideran la tecnología del gas de esquisto una amenaza, porque están desarrollando sus centrales con la esperanza de encontrar nuevos compradores de la energía que van a generar en ellas.
En Alemania, la introducción de la tecnología del gas de esquisto podría socavar todo el proyecto de energías ecológicas, que no sólo es una cuestión de generación de energía eléctrica, sino también de la venta de las tecnologías para obtener energía a partir del agua, el viento, el sol y la biomasa. Si Europa, incluida Polonia, dispusiera de una alternativa de bajo coste, las empresas alemanas se verían obligadas a dirigirse a otros mercados en el mundo.
Unas motivaciones similares, incluida la preocupación sobre el impacto en el sector nuclear tan desarrollado, han hecho que Francia sea uno de los más firmes oponentes en Europa a la tecnología del gas de esquisto. Al mismo tiempo, el presidente François Hollande cree que la fracturación hidráulica produce resultados no deseados y se opone firmemente al uso de dicha tecnología.
El gas de esquisto amenaza a la economía rusa
Otro país que ha introducido una moratoria en la extracción del gas de esquisto, principalmente por motivos ecológicos, es Lituania. El país depende casi exclusivamente de las importaciones de Rusia, por lo que paga un 40% más que Alemania, de ahí la preocupación de Vilna por la independencia energética. Los yacimientos de gas de esquisto de Lituania podrían satisfacer las necesidades energéticas del país durante una década, y no fue ninguna casualidad que Günther Oettinger, comisario de Energía de la UE, eligiera Vilna para transmitir un importante mensaje el 10 de marzo de este año: ante todo, que la tecnología del gas de esquisto podría ser una importante baza en las negociaciones de la UE con Gazprom.
El Estado ruso es el mayor productor de gas natural del mundo y goza de una posición prácticamente de monopolio en varios países de la UE, por lo que Moscú ha estado intentando contrarrestar el entusiasmo por la tecnología del gas de esquisto de todos los modos posibles. Si bien oficialmente Gazprom no percibe el gas de esquisto como una amenaza, la magnitud de la campaña rusa contra esta fuente de energía indica que la tecnología podría ser en realidad la mayor amenaza a la que se enfrenta la empresa en este momento.