Los fantasmas de la extrema derecha reaparecen en Hungría y provocan el enfado de Rumanía
La vida política húngara se atraganta cada cierto tiempo con la revisión de la historia. En un momento en el que el apoyo a Fidesz, el muy conservador partido del Gobierno de Viktor Orbán, cae a su nivel más bajo en las encuestas; la economía depende de un crédito del FMI, y Budapest se ha alejado de Bruselas tras meses de enfrentamiento por leyes que cuestionan su democracia, dos fantasmas han vuelto de una de las épocas más negras de Hungría, la de la ocupación nazi, y han encendido la polémica incluso en la vecina Rumanía.
Miklós Horthy, cuyo régimen autoritario de derechas, ultranacionalista, antisemita y profundamente anticomunista se prolongó desde 1920 hasta 1944, ha regresado al presente en forma de estatua recién plantada en la plaza del pueblo de Kereki, que también lleva ahora el nombre del dictador. En Debrecen, a finales de mayo de 2012, se inauguró una placa conmemorativa en una Universidad. Y en Gyömrő, cerca de Budapest, se le ha dedicado la plaza del pueblo.
El otro fantasma son las cenizas de Joszif Nyiró, un escritor miembro de la Cruz Flechada, el partido pronazi húngaro. László Kövér, presidente del Parlamento húngaro, de Fidesz, quería enterrarlas en Transilvania, una provincia rumana que hasta 1920 era parte del Imperio Austrohúngaro, desmembrado en la Gran Guerra. Bucarest se negó. Pero Köver no cejó: participó en una ceremonia funeral en Odorheiu Secuiesc, territorio rumano.
“La rehabilitación de Horthy es inaceptable. Es directamente responsable del Holocausto de 450.000 judíos húngaros en Auschwitz”, explica Péter Feldmájer, presidente de la Federación de Comunidades Judías en Hungría (Mazsihisz). “La derecha usa el hecho de que solo al final evitó la deportación de los judíos de Budapest, y que por eso los nazis no exterminaron a todos los judíos húngaros. Entre 10% y el 20% sobrevivieron. Es como decir que debería celebrarse que, aunque un asesino haya matado a sus padres, a sus hijos y a su mujer, no mató al miembro número 21 de su familia, su tía”. Los socialistas también han protestado enérgicamente por el ensalzamiento del dictador. Consideran que no hay en su régimen un solo momento del que estar orgullosos.
Todo lo contrario de la visión de Jobbik, el partido de la extrema derecha que obtuvo el 16,7% de los votos en las elecciones de 2010. Como dijo en el Parlamento su líder, Gábor Vona, “[Horthy] fue el gran estadista húngaro del siglo XX”, quien además propuso que 2013 fuera una especie de año de Horthy, con conferencias y actos conmemorativos de su figura. Horthy decidió la entrada de Hungría en la Segunda Guerra Mundial como aliado de la Alemania nazi. Vio en Hitler la oportunidad de recuperar el sueño de la Gran Hungría, la de antes de la mutilación que supuso la firma del Tratado de Trianon en 1920, en la que perdió dos tercios de su territorio y la mitad de su población.
La actitud de Fidesz es ambivalente. El Ejecutivo no se ha pronunciado al respecto de manera oficial, pero en Gyömrő la corporación local de Fidesz aprobó ponerle el nombre de Horthy a la plaza a propuesta de Jobbik. Además, una diputada de Fidesz, Maria Wittner, tiene previsto asistir a la inauguración de una estatua de Horthy en otro pueblo el 16 de junio, como recoge France Presse. En el caso del escritor pronazi József Nyiro, las gestiones para repatriar sus restos desde España -Franco cobijó a Nyiró- se iniciaron poco de después de llegar al poder Orbán en 2010.
Aunque sea la extrema derecha la que ensalza estas figuras, el eurodiputado socialista Csaba Tabajdi, critica que “el Gobierno no se distancia lo suficiente de la extrema derecha en general, y en la rehabilitación de Horthy y el problema de Nyiro en particular. Están jugando la carta nacionalista, que es muy peligrosa para la democracia”. El historiador Julián Casanova, autor de Europa contra Europa, explica cómo Fidesz “busca construir parte de su identidad política a partir de la historia. La única tradición histórica nacional a la que pueden recurrir es al periodo de Horthy, que ni siquiera se reconoce como dictadura, sino como una fase difícil de la historia nacional en la que Hungría fue invadida por ideologías ajenas a su historia, primero por los nazis y después por los comunistas. En medio de todo eso, Horthy era un patriota”.
El enfado de Rumanía por el intento de enterrar oficialmente en su territorio a un fascista húngaro es mayúsculo. El primer ministro rumano, Victor Ponta, amenazó al portavoz del Parlamento húngaro, László Kövér, con declararle persona non grata, y en represalia se negó a recibir el 1 de junio a su homólogo húngaro, Viktor Orbán, en la reunión del grupo de los “amigos de la cohesión”, que se organizó en Bucarest. Sin embargo, todo apunta a que el incidente diplomático quedará archivado como una indigestión de historia.
El artículo fue publicado en junio de 2012 en el diario El País. Su temática puede servir para comprender mejor las relaciones entre ambos países y las peticiones de los húngaros.