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Caravasares bucarestinos

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Cuando uno contempla un mapa antiguo de Bucarest, llama la atención la cantidad de albergues que existían en lo que hoy es Lipscani, el casco antiguo de la ciudad. Bucarest, importante nudo de comunicaciones entre Estambul y Viena, se benefició siempre de su estratégica posición en las principales rutas comerciales transcontinentales. Caravanas con mercancías partían del Bósforo y, durante un viaje que duraba un mes, cruzaban los territorios del Imperio Otomano hasta el Danubio y se adentraban en el territorio del Principado de Valaquia hasta Bucarest, explica Carlos Basté en su blogBucaerstinos.

La ciudad era un lugar tanto de tránsito como de depósito. Muchas de las mercancías provenientes de Europa eran trasladadas desde Bucarest y embarcadas en diferentes puertos fluviales del Danubio para ser enviadas a otros puntos en los Balcanes o hacia Asia.

Desde el siglo XIV, se celebraban en Bucarest diferentes ferias que exhibían productos de todo el mundo. Paños ingleses, lana de los Balcanes, pieles procedentes de Bulgaria y Rusia, joyas y armas, perfumes, espejos, cristal veneciano, vinos franceses, especias orientales e incluso cacao de las Indias Occidentales. Todo ello se vendía en los caravasares o en las tiendas que abarrotaban las calles situadas alrededor de la Vieja Corte.

La palabra caravasar deriva de la palabra turca kervansaray, que a su vez proviene del término persa karavan (كاروان, ’viajeros’) y sara(سرا, ’hostal, refugio, palacio’). El caravasar es, pues, un hospedaje con un patio central, construido en las principales vías de transporte o en el interior de las ciudades, donde los comerciantes hallaban descanso y protección para sus mercancías. En rumano, se emplea la palabra han para definir un lugar de estas características, sin embargo, en Bucarest se distinguía entre han y caravasar pues, aunque en ambos albergues se encontraba alojamiento y comida, la principal diferencia consistía en el tipo de gente que se hospedaba en cada uno de ellos, ya que los caravasares estaban reservados a los altos dignatarios y a los grandes comerciantes turcos. Mientras Valaquia estuvo bajo la órbita otomana, los caravasares fueron financiados por el Principado pero su gestión fue otorgada a personas leales al sultán, normalmente un paznic (guardián) serbio junto a sirvientes albaneses.

Tanto hanes como caravasares, erigidos en las principales carreteras de Valaquia, Moldavia y Transilvania, se construían inicialmente de madera y más tarde en piedra, convirtiéndose en ocasiones en verdaderas fortalezas que podían servir de refugio a los comerciantes y a la población local en caso de emergencia. Solían tener una planta cuadrada, con muros profundos sin ventanas al exterior y estar levantados alrededor de un gran patio con jardín al que se accedía por una única puerta de roble, reforzada con un marco de hierro. En el interior de los caravasares había habitaciones para los viajeros, tiendas para alquilar, almacenes, una taberna, establos y un estacionamiento para los carros. En el centro del patio solía haber una fuente y un almacén subterráneo en el que se guardaba la comida, ciertas mercancías e incluso las propiedades más valiosas de las familias más ricas de la ciudad.

El primer caravasar de Bucarest se construyó en 1669, poco antes de convertirse en sede permanente de la corte de Valaquia. Un siglo y medio más tarde, en Bucarest había más de 40 caravasares de todo tipo, el más grande de los cuales, mandado construir por el príncipe para estimular el desarrollo del comercio, estaba junto a la Vieja Corte. Los hanes más pequeños se hallaban en las afueras de la ciudad o cercanos a los mercados estables, donde los comerciantes sólo alquilaban una habitación y hacían uso de la taberna, por lo que no solían tener ni establos, ni almacenes ni cocheras.

Los caravasares fueron construcciones erigidas por los príncipes válacos, por ricos mercaderes, por la nobleza o incluso por monasterios como medio de sustento. Las distintas comunidades que habitaban en Bucarest se reunían en un determinado caravasar, donde podían hablar su idioma con libertad, encontrarse con sus compatriotas y buscar apoyos para ciertas empresas. Así, los búlgaros y serbios se reunían en el Han Gabroveni, austríacos y húngaros en el Han Filaret y los europeos occidentales en el Han Filipescu.

A partir del siglo XIX, la función de los caravasares empezó a declinar. Uno de los motivos fueron los constantes terremotos e incendios que sufrió Bucarest a lo largo de los siglos, aunque también afectó su ineficaz mantenimiento y la falta de financiación pública para su subsistencia. Los cambios en el modo de comerciar, que exigían mejor presentación de los productos y lugares más espaciosos y accesibles, arrinconaron a los angostos espacios de alquiler de los caravasares. Finalmente, desde mediados del siglo XIX, la aparición de mercados semanales estables convirtieron los caravasares en una curiosidad decadente condenada a la desaparición, por lo que muchos cerraron o se reconvirtieron en hoteles.

Actualmente, todavía pueden contemplarse 3 caravasares o hanes en Bucarest: Hanul Manuc, Hanul cu Tei y Hanul Gabroveni, el último de los cuales recientemente ha pasado de ser una lamentable ruina a un edificio espectacularmente restaurado que pronto abrirá de nuevo sus puertas.

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