Rumanía y los mapas
Quien quiera leer este artículo, que se prepare un té y se lo tome con calma, mientras lee. Es largo, aunque creo que vale la pena. Al menos esos espero: me ha llevado dos días escribirlo.
Ya meses atrás mencioné en este blog un libro sobre geopolítica que recientemente había leído y que me entusiasmó: “La venganza de la geografía – Cómo los mapas condicionan el destino de las naciones”, del americano Robert D. Kaplan. El autor resalta la importancia que la geografía sigue teniendo en el desarrollo de cualquier comunidad humana, en una época en que la tecnología aplicada en todos los sectores parece reducir al mundo a un tamaño minúsculo. Escribe sobre cómo el desarrollo de cualquier región (económico, social, político, cultural, religioso,…) ha estado y estará íntimamente ligado a su ubicación y a los accidentes geográficos que la rodeen. Zona a zona, Kaplan disecciona el mundo y explica por qué el ser humano tuvo que usar estrategias tan distintas y organizarse en sociedades tan distantes para sobrevivir. Porque de eso se trataba, de sobrevivir, sobre todo como comunidad; el individuo es un descubrimiento reciente y básicamente circunscrito a la cultura occidental. Como cualquier especie animal que fue evolucionando durante miles de años para convertirse en otra y mejor adaptarse a su entorno, también los grupos humanos tuvieron que adaptar su estructura social para medrar en los nuevos territorios ocupados desde su salida de los Grandes Lagos en África, unos cuantos años atrás. Faltos de tiempo, los actuales homo sapiens no nos convertimos en especies distintas, sólo en culturas distintas: una especie de software reprogramable, en un hardware indiferenciable que nos hace a todos aburridamente iguales. Por suerte. De ahí, el autor pasa a explicar la política mundial actual, los muchos conflictos que tenemos, los que se adivinan, y la importancia que un país o región tendrá en el futuro por algo tan simple como el espacio que ocupa.
En esa misma línea, este fin de año leí “Prisoners of Geography – Ten maps that tell you everything you need to know about global politics” del inglés Tim Marshall. De forma parecida al anterior, Marshall presenta el mundo en 10 mapas físicos, con los relieves y los ríos bien trazados, sobre los que dibuja las fronteras políticas de los distintos estados: las que parecen definitivas y las contestadas. ¡Qué fácil es entender el mundo con un buen mapa delante! Si el libro de Kaplan realiza un profundo análisis histórico de las regiones e incide enormemente en la importancia geopolítica actual desde el punto de vista de un americano gran conocedor del terreno, la obra de Marshall, autor igualmente viajado, sustituye algo del pasado por unas mayores dosis de humanismo. Y además se publicó a mediados del 2015, comprendiendo de pleno la crisis ucraniana y centrándose en las guerras que poco después han disparado el flujo de refugiados árabes llegado a Europa. Si el primero reproduce (La venganza de la geografía, pag. 199) la frase de Josef Joffe pronunciada en mayo 2011 en Madrid “ La amenaza que se cierne sobre Europa no llega vestida de uniforme, sino con los harapos de los refugiados”, el segundo presenta en detalle todos los ingredientes necesarios para que semanas tras la publicación de “Prisoners of Geography” empezase la crisis migratoria. Sea como sea, las conclusiones de Marshall son las mismas que las de Kaplan: el espacio físico que un pueblo ocupa condicionó su desarrollo, su organización, su cultura, sus miedos, sus acciones, la forma como ve el mundo y su respuesta a los problemas que tuvo, tiene y tendrá, y este condicionamiento se proyecta hacia el futuro porque por mucho que haya avanzado la técnica seguimos sintiendo la necesidad de sentirnos seguros en casa, y si puede ser, con un buen jardín alrededor y con perros, para poder intimar a tiempo a quien se acerque, por si acaso.
Me doy cuenta de lo larga de esta introducción. Supongo que me dejo llevar por el interés que en mí despierta el tema. Total, para centrarme en Europa en primer lugar, en la Unión Europea después y cerrar con Rumanía en particular.
Europa es un extremo de Eurasia, y son los accidentes geográficos quienes la definen: mar por todos lados menos por uno, el oriental, donde los montes Urales, el río Ural y el Cáucaso entre los mares Caspio y Negro delimitan la zona más caprichosamente accidentada del mundo, un mundo que debe su imagen actual a este continente guste o no.
Igual que el exoesqueleto de un insecto, que recubre el interior blando y vital para su protección, también Europa parece haber endurecido su piel exterior: una simple ojeada basta para ver un sur montañoso, difícil de atravesar, con más piedra que ríos, un norte helado, de donde nada podía venir sino el frío protector, y un centro llano, llanura interminable, cruzada por ríos amplios, largos y sin pendiente regando un territorio que parece hecho deliberadamente para la eclosión del comercio y para una vida cómoda que permitiera destinar mucho tiempo a ocuparse de más cosas que la propia supervivencia (recuerdo a mi profesor de geografía en 7º de EGB, Sr. Boix, exclamando que “cómo no van a tener en Francia y Alemania muchas más autopista que España, cuanto todo allí es llano y aquí hay que sortear monte tras monte, a veces bordeándolo, a veces agujereándolo, siempre multiplicando el coste”, una realidad que a menudo no tenemos en cuenta cuando practicamos, aún hoy, eso tan enfermizo como es criticarnos por el simple placer de sentirnos inferiores, como si el autodesprecio y el victimismo fueran virtud y no gilipollez).
No es que en el sur de Europa seamos gandules, peores trabajadores, caóticos, incultos y no sé cuántas lindezas más comparados con nuestros hermanos del centro/norte, arduos trabajadores, más eficientes, ordenados y ya puestos hasta rubios y guapos, si no que ganarnos el pan nos ha costado mucho más porque ni hay tanto suelo fértil ni hay tanta agua. Y para ser completamente sincero, creo que mucho hemos hecho, y que si no fuera por la barrera de nuestras montañas, nuestras civilizaciones y nuestros esfuerzos defensivos el rico centro europeo no existiría tal como es y hubiese sido pasto de invasiones norte africanas o asiáticas. Sin olvidar claro está que un 58% del vocabulario inglés proviene del latín, directamente o a través del francés, y un 6% del griego. Es cierto que me revienta que alguien se crea superior a otro porque sí; cualquier día monto una exposición sobre la importancia de la periferia sur europea, de Portugal a Armenia, pasando por claro está por todos nuestros países, tan cuestionados por los norteños, para que reivindicar muestro papel esencial en la actual existencia de la Europa que conocemos.
Es aquí donde llego a la Unión Europea. Yo, antes de saber que existía ya soñaba con ella. Recuerdo colorear, de pequeño, un mapa de Europa con un solo color, como si todo fuera el mismo país, y establecer la lista de orden por la cual los distintos países se irían uniendo políticamente para llegar a una completa unión final (España y Portugal, los Escandinavos, Reino Unido e Irlanda, las dos Alemanias, el Benelux,…). Sueños de un niño que aún sabía muy poco sobre la delicada historia de muchas naciones pero que tenía muchas ganas de algo que sí que ha conseguido: sentirse en casa en cualquier parte de Europa, amarla a toda por igual, hacerla suya. Y hoy, defenderla a pesar de todo, a pesar de que algunos se quieran marchar, a pesar de que se haya convertido en un monstruo burocrático, ridículo, incapaz de aprovechar la energía de sus ciudadanos, secuestrados por una clase política incompetente y apoltronada que ha matado la ilusión de muchos que veían en el proyecto europeo nuestro nuevo papel mundial una vez perdidos nuestros imperios. Entiendo al gobierno del Reino Unido en su amenaza de Brexit, lamentaría enormemente que Bruselas no supiera reaccionar a algunas de las medidas solicitadas por los británicos, no sólo lógicas, sino que no deberían haber tenido que ser exigidas (The government is urging a greater emphasis on competitiveness, free trade, less regulation and enhancement of the EU’s single market – The Guardian 17 diciembre 2015) simplemente porque la excesiva burocracia y regulaciones actuales nunca tendrían que haber existido.
Sea como sea, la Unión Europea se ha ido extendiendo hasta cubrir la mayor parte de la Europa física, con pequeños zonas que, es de esperar, puedan un día unirse. Pienso especialmente en los Balcanes, Islandia y en Noruega. Suiza no es un peligro sino para las haciendas nacionales. Por mucha reticencia que podamos tener a incorporar países mucho más pobres que la media, no sólo somos una unidad geográfica y cultural sino que no podemos correr el riesgo de dejarlos fuera. Si me permite el lector una analogía del libro de Marshall, ¿por qué entró China en el Tíbet? Para que no cayera en manos de India y dominase, desde el alto, el nacimiento de los grandes ríos que dan de beber a Zhongguo, China, el Reino del Centro. La Unión Europea ha de incorporar en lo posible a los territorios de Europa, y donde no lo sea, ha de intentar tener las mejores posibles relaciones con Rusia, con la que comparte la mayor parte de su tronco cultural. La tensión y desconfianza entre Occidente y Rusia es un drama que nos debilita mutuamente y nos pasará costosa factura.
No voy a entretenerme en exceso en estas ideas por la simple razón de que éste es un blog sobre Rumanía, y en ella es donde me debo centrar. Rumanía, en su forma actual y esperemos que definitiva, es un estado joven y muy curioso. Su posición en el mapa europeo está clara (más o menos) para la gran mayoría, aunque menos saben que forma parte de una gran subregión geográfica llamada la Cuenca del Danubio, que engloba a la mayoría, de forma total o parcial, de los países del centro y sudeste europeo, a saber: Alemania, Austria, Hungría, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia & Herzegovina, Montenegro, Albania, Bulgaria, Rumanía, Ucrania y Moldavia. Un territorio de 817.000 km, con una orografía especialmente montañosa y complicada que ha permitido el desarrollo de tantos pueblos y culturas muy distintos en una zona relativamente pequeña. Si la etnografía y la cultura fueran un ecosistema natural diríamos que hay “una explosión de vida”… que por desgracia ha explotado demasiado a menudo.
La cuenca se apoya en el sur sobre a estupenda masa de montes y sierras, y al norte y en el centro incluye a los Carpatos, macizo montañoso que tantas y tan jugosas leyendas nos ha regalado. También el gran río de Europa se vio forzado a buscarse la vida para llegar al mar haciéndose camino al sur del macizo montañoso, como quien da un rodeo, para regresar al punto exacto donde debería haber llegado de seguir en su camino línea recta. Como no podía ser de otra forma, tanto el Danubio como los Carpatos jugaron y juegan su papel en la definición de fronteras.
El siguiente mapa fue realizado antes de la Primera Guerra Mundial por el abuelo del periodista español Enric Juliana. Leí con fruición dos años atrás un magnífico artículo, “Mapas, mapas, mapas” (http://www.lavanguardia.com/politica/20131124/54394428200/mapas-enric-juliana.html) donde desgrana el contenido de una carpeta de mapas y dibujos de 1916-1917 realizado por su antepasado, niño en la escuela.
Me hizo especial ilusión ver, en su momento, la mención a Timisoara en su forma húngara, Temesvár.
Releyendo el artículo me percato de que menciona el libro de Kaplan con que empecé este artículo, detalle en que no reparé en su momento. Pero sí que se me quedó fija la expresión “Mapas, mapas, mapas”, que si no me equivoco Juliana ya había usado en algún artículo anterior. Pues bien, el mapa en cuestión representa el territorio de Imperio Austro Húngaro antes de desaparecer con el Tratado de Trianon.
Aunque en el dibujo de arriba no se ve, en este mapa del Reino de Rumanía antes de la Gran Unión de 1918 muestra como los Carpatos (Transylvanian Alps, con un pequeño salto de letras…) forman la frontera oriental del imperio, al este del cual una incipiente Rumanía tomaba forma tras siglos de sometimiento otomano. En Trianon, el Reino de Hungría fue finiquitado y el estado multiétnico que fue perdió el 70 % su territorio a favor de los países de alrededor según el origen mayoritario de las poblaciones censadas.
Lo que dibujaba el abuelo de Juliana en 1916 – zonas de mayorías étnicas diversas – encuentra su reflejo en el siguiente mapa se puede ver como la mayoría de la población de la zona oriental era rumana (en rosa).
Y por tanto Rumanía se configuró formando un estado curioso, quizá el único en Europa en que las montañas no son frontera exterior sino que las tiene dentro, y las rodea de grandes extensiones llanas, tanto a occidente como a oriente, al sur y en buena parte del norte. Los Cárpatos como espina dorsal, como columna vertebral, problema y oportunidad de un país donde los montes no parecen estar para protegerlo sino para dividirlo.
Podríamos decir que el Reino de Hungría tenía una coherencia geográfica de la que Rumanía carece, más allá de la frontera sur del Danubio y la costa en el Mar Negro. Pero nadie en su sano juicio pone en duda la unidad y estabilidad de un país que ha de encontrar la forma de aprovechar la inmensa ventaja que representa su extensión actual, Cárpatos incluidos.
Rumanía es un país grande para lo que es Europa (y muy pequeño para lo que es el mundo…), y no conozco ningún país grande que sea igualitario. Quizá Luxemburgo lo sea, quizá San Marino, pero Rumanía no lo es, como no lo es Italia, España o Alemania. Los países grandes tienen regiones distintas por clima, orografía, accidentes geográficos, y todo esto facilita o complica el desarrollo de cada una de sus regiones. Es decir, una persona tendrá más oportunidades de prosperar si nace en una zona que si nace en otra por el simple hecho que en la primera la realidad circundante ayuda. Igual que un barco varado volverá a flotar allí donde sube la marea y costará Dios y horrores moverlo donde no. En un país grande, buscar por todos los medios el igualitarismo social es utópico, y además es carísimo y acaba hundiendo a todos sus habitantes. Otra cosa es que tras darnos cuenta de dónde estamos intentemos crear nuevas fuentes de riqueza mejor adaptadas al entorno. Por ejemplo, si en las Canarias se hubiesen empeñado en sembrarlas de trigo quizá se hubiesen muerto de hambre, pero se dedicaron al banano y les va la mar de bien.
En Rumanía se pueden distinguir tres realidades: Bucarest, que es la capital, el oeste del país y el este del país. La primera es la más rica, pero no tiene un mérito especial. En la tradición europea la capital debe aglutinar poder, población, desarrollo y riqueza. Esto también pasa en otras partes del mundo, pero no en todos. Hay otros países (Canadá, EEUU, Australia, Turquía, Brasil,…) donde la capital política parece ciudad de provincias frente a la capital económica. Pero Rumanía es muy europea, así que es normal que Bucarest se haya convertido en la primera ciudad del país, a enorme distancia de las otras. Como ciudad sobrepasa los dos millones de habitantes frente poco más de los tres cientos mil de las tres siguientes (Timisoara, Cluj-Napoca, Iasi) y su renta per cápita dobla la de la siguiente provincia más rica.
Lo realmente curioso (o quizá lo que cabía esperar) del país es la diferencia evidente en el nivel de desarrollo entre las zonas que formaban parte de la Rumanía previa a 1918 (noreste, este y sur) y las que se incorporaron tras la Primera Guerra Mundial (oeste y noroeste). Casi todas las provincias “ricas” se encuentran en esta segunda zona, casi todas las provincias “pobres” se sitúan en la primera. ¿Quién determina la frontera entre unas y otras? Los Carpatos, barrera natural, límite, siempre ahí; antes para separar políticamente al imperio austrohúngaro del otomano y ahora para separar económicamente las dos mitades de Rumanía. Si antes de la Segunda Guerra Mundial las minorías étnicas del país en su occidente (húngaros, alemanes,…) eran mayoría en muchos casos, el régimen comunista se dedicó en cuerpo y alma en imponer una cierta uniformidad ética que consistió en vender alemanes a Alemania, judíos a Israel, y cubrir el vacío dejado con étnicos rumanos de otras zonas. Por tanto, no es que la gente sea por predisposición genética más lista o más trabajadora o más no sé qué a un lado que al otro (ver Psihologia Poporului Român, del Profesor Daniel David, polirom 2015). Es que estar a un lado o estar al otro no es lo mismo. En la vertiente occidental, y tal como es normal, el comercio y la economía se orientaban a Centro Europa, con la que había (y hay) buenas conexiones fluviales, terrestres y aéreas. Incluso en el mismo macizo montañoso, que tampoco es que sean los Alpes, se desarrollaron importantes ciudades de población mayormente alemana (Cluj/Klausenburg, Brasov/Kronstadt, Sibiu/Hermannstadt) que evidentemente miraban con especial cariño a la tierra de sus antepasados, como hace todo bien nacido que no olvida sus raíces. La parte oriental quedó demasiado lejos de las influencias occidentales, sociales, económicas y culturales. Sometidas durante siglos al dominio otomano, sin Ilustración, sin industria… ¿Cómo sería hoy Rumanía, cómo sería hoy Europa si no hubiesen existido los Cárpatos? Sin ese anillo protector que desde los Pirineos hasta los Cárpatos han defendido el corazón de Europa, este continente no sería hoy ni de lejos lo que es. Lo interesante del caso es que esa misión no ha desaparecido, de ahí la gran importancia estratégica de Rumanía: Del Mar Negro a las planicies que comunican con Centro Europa, un único país estable que controla la antigua barrera y garantiza que, al menos militarmente, está levantada.
Otros mapas muestran divisiones similares. Por ejemplo el de densidad de Pequeñas y Medianas Empresas en Rumanía, concentradas sobre todo en el occidente del país. Se distingue clarísimamente Timis, Cluj y Brasov, tambiñe, Arad, Bihor y Sibiu. Zonas de alto nivel de empuje empresarial y denso tejido de pequeña y mediana empresa que retoma la tradición que existió antes de la unión de esta zona con Rumanía, aunque con otros actores completamente distintos. Ya no son mayoría los alemanes o los húngaros, ahora lo son los rumanos, muchos de los cuales vinieron hace poco de otras regiones.
Es también interesante echarle un vistazo al mapa en que se refleja la evolución de población en el periodo 2002-2011 (en un país del que han emigrado más de dos millones de habitantes), en que se aprecia que las provincias con mayor riqueza son también las que menos población han perdido en valores absolutos: Timis -4%, Cluj – 6,2%, cuando lo normal son cifras de dos dígitos. Parece haber una tendencia en ambas ciudades al crecimiento urbano, al menos en Timisoara y alrededores, donde el ritmo de la nueva construcción parece haberse acelerado en el último año. Responde a la demanda latente tras varios años de contención y a la producida por esos nuevos trabajadores que llegan en respuesta a su actividad económica. El oeste dl país, es decir las regiones de Banat, Crisana, Maramures y Transilvania, seguirán mirando principalmente al oeste, más cuanto más al oeste estén. Hay razones geográficas para ello, pero también históricas, como ya he explicado. Pero hay también un cierto orgullo por haber sido parte del Imperio Austrohúngaro, que se materializa en un sentido de superioridad que ya debería haber estado amortizado. Me permito explicar una anécdota al respecto. Desde que estoy en Timisoara no han sido pocas las veces en que algún interlocutor mostraba desdén hacia Bucarest y se quejaban, sobre todo, de los impuestos que el Banat paga y que no vuelven, una especie de “nosotros trabajamos y ellos malgastan nuestro dinero” que no sé de dónde me suena. Me reuní una vez con el máximo responsable de una importante institución no política y durante la conversación salió el tema. Le pregunté por qué, según su punto de vista, el aeropuerto de Timisoara no se correspondía con las necesidades de la ciudad, una de las quejas recurrentes de la población y de las administradores y que es cierta. “No es de extrañar. En Timisoara la clase política siempre se ha sentido superior. Timisoara era una ciudad importante del Imperio, aquí tratábamos con Budapest, con Viena, con Alemania, basta ver nuestro centro histórico para adivinar quién lo habitaba. Nuestra nobleza era húngara o alemana, nuestras más ricas familias judías. No hemos asimilado que ahora nuestras relaciones son con Bucarest y que es ahí donde se decide todo. Otras ciudades, también del Imperio, han sido mucho más pragmáticas y han intentado influenciar en la capital con política, lobbies, negocios, han conseguido mayores inversiones poniendo gente propia en puestos clave o en posiciones muy bien relacionadas. Timisoara ha seguido obsesionada con Occidente, pero Occidente no la podía ayudar, apenas nadie, de los nuestros, ha ido a hacer carrera a la capital y por ello no tenemos apenas influencia. Por todo ello hemos recibido en realidad menos de lo que nos correspondía, pero no es culpa de Bucarest sino nuestra.” Lamentablemente este análisis, contrapuesto al más común (nos tienen envidia, no quieren que nos desarrollemos,… ) me parece mucho más lógico y también ese sentimiento de superioridad y soberbia me es familiar . Pero también creo que hay un creciente realismo político, económico y social que beneficia a todos. A Timisoara le ha de interesar estar a buenas con Bucarest y a Bucarest le debe interesar sin duda tener una ciudad potente en el oeste del país. Ya he escrito en alguna ocasión que es una gran suerte para Rumania que el Banat forme parte de ella, y no es cuestión de desaprovecharla.
Basta mirar los mapas para ver que Banat y Crisana no sólo están en el límite occidental del país sino que además son tierras perfectamente llanas. Hay tanta agua y los terrenos son tan fértiles que son ideales para la agricultura, al tiempo que ofrecen grandes oportunidades para un desarrollo industrial de primera clase. Difícil conjetura: agricultura o industria. Ambas. La densidad de población no es alta, más bien lo contrario, se podría crecer industrialmente y en población sin substraer terreno al desarrollo agrícola. Incluso se podría desarrollar la industria turística si hubiera voluntad de hacerlo. La parte occidental y central de Rumanía, incluyendo las cuatro regiones mencionadas, podrían ser la firme correa que ligue al país con occidente. En el este, por su lado, encontramos la capital y el puerto de Constanza, uno de los principales del Mar Negro y sede de una muy importante actividad económica y comercial que claramente funciona muy por debajo de su potencial y sobre el que he oído múltiples irregularidades. Constanza debería ser la salida natural de todo el centro de Europa hacia Asia Central, una de las regiones con más potencial de recursos y desarrollo del planeta. También toda la región del sureste posee abundantes y ricas tierras agrícolas. El cultivo de cereal en un mundo que lo solicita a ritmo creciente puede ser una fuente de ingresos mucho mayor de la actual. Toda esta región podría ser la ventana de la UE a una parte del mundo donde la Unión está poco presente y en el que necesita afianzarse para no dejar tanto terreno disponible a los otros poderes globales. Bucarest como centro político, como capital europea de un país latino en un mundo eslavo, nexo de unión entre oriente y occidente.
Pienso todo esto y recuerdo el águila bicéfala del Imperio Austrohúngaro, bicéfala porque miraba tanto a occidente como a oriente. Algo parecido se podría hacer con el águila del escudo rumano, añadirle una cabeza que mire a oriente.
Si yo quisiera instalar una industria productiva en Rumania para aprovechar sus menores costes de producción hay muchas posibilidades de que lo hiciera en Timis (Banat) o Arad (Crisana). Lo mismo si mi objetivo fuese establecer un centro logístico. Cualquier decisión actual de una empresa europea debe considerar el potencial de mercado que ofrece toda la Unión, y estas dos provincias permiten llegar muy fácilmente por transporte terrestre al mercado más amplio. En ellas coinciden un sector privado potente y mano de obra calificada en una zona cercana al corazón de Europa y de rápido acceso.
Cluj (Transilvania) es una excelente opción para servicios de todo tipo. Además de ha ganado la fama de ser mentalmente mucho más dinámica y abierta que Timisoara y de disponer igualmente de una buen nivel de vida, con lo que tiene la posibilidad de atraer un perfil de trabajador universitario joven capaz de sentirse tan a gusto en esta ciudad como en las capitales europeas. A este nivel he de decir que, por lo que sé, conclusión de lo visto y oído, Cluj está más viva y le pasa la mano por la cara a Timisoara sin ningún pudor. Timisoara se ha quedado acartonada, necesita un rejuvenecimiento mental que no creo que llegue a corto plazo.
Si mi negocio es la obra pública o tiene relación con ésta (ingeniería, arquitectura,…) directo a Bucarest que es donde se decide todo lo importante, y quizá una persona en cada centro importante que tenga un ojo abierto a lo que pueda pasar. No podemos olvidar que este es un país muy centralizado. En cualquier caso el país no aprovechará todo su potencial a menos que sus infraestructuras mejoren ostensiblemente, y eso será muy difícil mientras haya tan poca capacitación política y un nivel elevado de corrupción. Sobre el segundo punto, parece que hay progresos. En cualquier caso la desazón cunde ante los abusos que se ven o se adivinan. Un español ya jubilado que me ha visitado esta pasada semana, casado con una rumana e instalado por estos lares me comentaba su dificultad de acostumbrarse a la visión de esos coches carísimos conducidos por gente de cuyo aspecto no te fiarías ni un momento “Son la España de los 80, el modelo macarra que tanto triunfó, lo veo aquí treinta años después y no me gusta, son un cáncer, esos no han ganado el dinero decentemente”. En muchos casos sé que tiene razón. El culto al dinero está por doquier, también en el resto de Europa, es cierto, pero así como en muchos países se hizo en varias generaciones o a base de actividades económicas a largo plazo, aquí muchos tienen prisa por tenerlo ayer. El futuro no existe por tanto no hay que preocuparse por él, lo único importante es lo que hoy tenga en mano. Esta mentalidad, en la base de la corrupción y el engaño que muchos han aplicado y que lastran al país, ha de cambiar; aunque imagino que sucederá poco a poco y no, o no sólo, por presión interna.
No nos engañemos. Rumanía, como cualquier país periférico de la Unión Europea, siempre tendrá un nivel de riqueza per cápita inferior a la media, lo que ha de intentar es que esa diferencia sea lo menor posible. La riqueza se concentrará siempre en el corazón de Europa: Una zona con centro no sé dónde pero que comprende Benelux, Londres, Paris, Milán, Viena y parte de Alemania. El resto somos periferia. Y eso no tiene por qué ser malo. Recientemente estuve en Londres, ciudad fabulosa, pero para disponer allí de la calidad de vida que tengo en Timisoara o Barcelona debería ser mucho, mucho más solvente de lo que soy. Rumanía no será Alemania, pero ni falta que hace. Dispone de suficientes activos como para garantizar la prosperidad del país y el bienestar de sus habitantes.
Puede aprovechar su excelente posición geográfica para ser nexo entre la UE y Asia Central (vía Mar Negro – Cáucaso).
Puede atraer población en lugar de perderla. Puede desarrollar importantes centros de actividad económica.
Puede mantener su tesoro natural, los Carpatos (siempre los Carpatos) y el Delta del Danubio como algunos de los más importantes de Europa convirtiéndolos en fuente de ingresos y riqueza.
Puede ser una potencia turística.
Puede promover el rumano, su cultura y literatura a un nivel nunca visto hasta ahora.
Puede ser la pieza clave de la estabilidad en los Balcanes y (me repito) la autopista que conecta Europa con Asia Central sin tener que pasar por Turquía.
Mapas, mapas, mapas, que escribía Enric Juliana. Rumanía debe mirarse en el mapa y establecer un plan para largo plazo que le permita maximizar su papel clave en Europa.